Los girasoles
Todo es frío en el entorno del jardín,
frío amarillo que sube de la tierra,
frío azul que cae de entre las nubes,
frío rojo que viene de los coágulos de la sangre.
Los girasoles han temblado de tanto silencio
y han abierto sus ojos gigantes
cuando el alba repleta de niebla
ha conducido a unos hombres a la muerte.
Ahora buscan en vano la piedad del aire
para borrar del todo el eco del fusilamiento...
La mañana será larga porque el sol se esconde
y el frío fija la angustia de la inmovilidad.
El resabio del crimen se alza del bosque vecino
y vibran las alambradas como un nervio herido
hasta donde el aire se reblandece y huye.
Y los girasoles tiemblan todavía más
ahora que el camino se hiela a la sombra de los muertos.
¿Quién ha convertido el mundo en un cascarón vacío?
¿Por qué el espacio está ausente sobre las losas grises?
No hay nadie para llorar.
No hay nadie para odiar.
¡Unos hombres han sido asesinados!
En el resplandor de la carne sacrificada
los girasoles han reencontrado la fuerza
para girar lentamente sobre sus tallos.
Los ojos gigantes miran, lloran, odian...
K. L. Mauthausen, 1944