31/7/08
Berto, de Pedro Orgambide
Berto, de Pedro Orgambide
De la página de Carlos Rivera: Relatos
"Cuando tengas que elegir entre varios caminos, elige siempre el camino del corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca". Proverbio sufí
Solo cuando estaba muy borracho, Berto recordaba las colinas de Italia.
Entonces sí hablaba en su idioma y maldecía su suerte.
Porca miseria...etc...etc...
Pero eso ocurría rara vez.
Los otros días, con sus correspondientes noches y madrugadas, Berto podría vivir aliviado de recuerdos.
Bastante tenía con su trabajo. Que lo dejaran de joder con Italia....
Eso es lo que decía Berto, cuando una o dos veces por año, recibía carta de sus familiares a lo que no veía hacía medio siglo.
Ni falta que hace, decía Berto, cuando su mujer le pedía que escribiese.
A Berto no le gustaba escribir.
El lápiz le hacía doler los callos de los dedos.
¡Merda, me duele!, decía y tiraba el lápiz por la ventana de la cocina de madera.
Su mujer no insistía. Traía el pan, el vino y la polenta.
Después, cuando su marido se dormía, trataba de descifrar las palabras.
Cansada, apagaba el velador.
Quería imaginar otro país, otro olor que no fuera el de la cocina y la pieza y el cuerpo de Berto.
No podía.
A las tres, Berto se levantaba de un salto, llenaba la habitación con sus resoplidos y puteadas y salía al patio para lavarse en la pileta.
Un rato después estaba en el corralón y a la hora en su carro de feriante, metiendo ruido con sus fierros.
Berto, Berto, Berto, ahí viene Berto, decían, porque Berto era el rey de la feria, un espectáculo que crecía a medida que el sol iluminaba la calle rebosante de carnes y de frutas y de chicos ladrones y mujeres.
Porque a Berto le gustaba la feria.
Le gustaba gritar de puesto a puesto, hacerse el payaso con su delantal, ponerse el gorrito sobre los ojos, colocarse una flor en la oreja.
Cuando no trabajaba, Berto perdía la alegría.
Los domingos visitaba a sus hijas y a sus yernos, devoraba en silencio sus tallarines, eructaba y se iba al boliche a jugar a la murra...
¡E uno, e due...e tre! Gritaba Berto y extendía su mano buscando la suerte o la alegría ...o la vida que se le escapaba de las manos.
Entonces bebía...un vaso...otro y otro...
y cuando estaba muy borracho, entonces sí recordaba las colinas de Italia.
Fue un día así cuando llegó la carta.
La leyó una vez, luego otra...y una vez más todavía.
A pesar de la borrachera no podía dormirse.
¿Malas noticias?, preguntó la mujer.
Berto no contestó.
La mujer se tapó la cabeza con la almohada y él seguía leyendo: las mismas palabras, cada letra, hasta que la carta quedó en algún lugar del cerebro de Berto...y permaneció allí durante un día y otro y un mes y otro.
Un domingo, después de los tallarines, mientras se pasaba minuciosamente escarbadientes, Berto anunció a su familia:
Me ne vado Italia.
No dijo por qué, a Berto no le gustaba dar explicaciones.
Otro domingo, agregó:
Ha morto el tío Nicola. Me dejó una casa frente al mare...frente al mar.
Berto no es el de antes, decían en la feria.
Pero a Berto le importaban poco las opiniones de la gente. Sólo pensaba en su casa frente al mar.
Soñaba con ella y también con las colinas y también con su madre.
Y ya no hacía falta que estuviese borracho para que hablara en italiano.
Las viejas palabras volvían a su memoria.
¿Qué me decís, Berto?, le preguntaba su mujer sin entenderlo y pensaba que su Berto se había vuelto loco.
Pensaba que los viejos son así, que hablan solos, como los locos, sobre todo cuando reciben una carta que los aleja de su familia.
Por eso no se entristeció cuando Berto subió al barco.
Y no se sorprendió mucho cuando llegó la carta en la que le comunicaban que Berto había muerto un día después de su llegada, y a unos pasos de la casa frente al mar.
*www.elortiba.org/orgamb.html
29/7/08
VERANO
Verano
Joan Barril en El Periódico
El sol, un limón. La luna, una rodaja de berenjena. Arena fina en el fondo del lecho.
24/7/08
23/7/08
POETAS REUNIDOS
SILENCIA: POETES I CANTAUTORS EN CONCERT PER LA LLIBERTAT D'EXPRESSIÓ
El concierto fue precioso. Les dedico unas palabras a esos poetas (los cantautores son para mí poetas, también) con mi felicitación.
POETAS REUNIDOS
Poetas reunidos,
soberbios, humildes,
hombres y mujeres,
mostráis sentimientos
y los hacéis de todos,
tan nuestros.
Poetas juntos por la palabra
y el derecho a usarla,
poetas unidos en
por
la libertad de expresión.
Palabras de encuentros,
de risas y de cabreos.
de amores y desamores,
poetas nuestros.
Revindicáis la palabra,
la vuestra, la nuestra,
la de las cárceles,
las de los miedos.
Gracias por uniros,
vosotros, tan solos,
vosotros, tan vuestros,
hoy salís al mundo
y nos hacéis partícipes
de la libertad de vuestra palabra.
Vuestro gesto
os acerca,
nos acerca,
nos libera.
Que así sea.
22/7/08
EL RAYO VERDE
EL RAYO VERDE
CARLOS RIVERA
A Beatriz Rivera Polo
Mi abuela Carmen, que era tan fabuladora como la abuela de García Márquez, me contaba de niño la historia del rayo verde, rarísimo fenómeno meteorológico que, en medio de un nublado o con el día azul, podría aparecer sobre los cielos como la fracción de un relámpago de un verde nunca visto ni en los retoños de las plantas, ni en la paleta de pintor alguno, ni en los mares de Cozumel, ni en las hojas de los árboles de Francis Ponge. Mi abuela lo había contemplado de niña sobre los cielos de La Coronada, en un día de junio ni muy claro ni muy nubloso, uno de esos días de transición al verano desde la primavera fugitiva. Según decía ella, fue visto y no visto en su duración infinitesimal, pero a mi abuela se le había quedado la mirada encinta de una felicidad inumerable. Ella me hablaba del rayo verde como de una nostalgia transterrada y aun se sentía dichosa de un recuerdo tan fugaz.
Solía contarme que ni en un receso de la lluvia, tan escasa en mi aldea, había jamás hallado en los siete colores del arcoiris un color tan indeterminadamente bello y esplendoroso. Y al morirse, según me refirió mi padre, en el último destello de su mirada se produjo un resplandor vivísimo como si hubiera vuelto a contemplar, en un lúcido instante, el rayo verde que yo jamás he visto.
No he creído nunca que fuera una de esas amables patrañas con las que la abuela Carmen endulzó mi infancia y las de mis hermanos y mis primas, porque cuando contaba lo de la aparición del rayo verde se transfiguraba su rostro y sus palabras sonaban como suena la música de los Cuentos de Hoffman al visitar los bosques de la Selva Negra, una experiencia irrepetible. Muchos años después, en mi amor por la literatura, leyendo un relato de la escritora mejicana Elena Poniatoswka, encontré una descripción semejante a la de la historia de mi abuela (revista “Vuelta”, octubre 1.979). A ella le habían contado que algunas tardes, en el océano Pacífico, podía contemplarse la maravillosa aparición, sólo que había que prestar una capacidad de atención increíble, dado que el rayo verde era huidizo y se escapaba en un parpadeo, tal como la rosa que en el sueño de Coleridge escribió Borges que había encontrado la prueba irrefutable de la existencia del paraíso.
Ni en los libros, ni en las montañas, ni en las playas, he podido alcanzar a ver esa relampagueante visión del rayo verde. Ni siquiera en los textos de astronomía, incluyendo al popular de Flanmarión, he conseguido hallar indicio alguno de tan extraño fenómeno meteorológico. Me he preguntado siempre en qué lugar exacto de mis sueños se encuentra esa alucinación que heredé de mi abuela Carmen y de la que siempre se han reído mis hermanos, mis amigos, mi hijo y hasta la propia compañera de mi existencia en los últimos veintidos años. Tal vez ha sido una de las muchas iluminaciones de una infancia que, si no fue perfecta, si fue como un fulgor avivado por los sueños de los cuentos orales y las lecturas de los maravillosos cuentistas del pasado. Hay en mi ser adulto todavía un rescoldo de ilusión que, a pesar de mis muchos escepticismos, mantiene intacta esa no presencia del rayo verde que sigue alimentando mi existencia anodina. En la semana luminosa de los Reyes Magos me gusta observar en la mirada mágica de los niños pequeños ese maravillado encantamiento que solía embriagar a Gabriela Mistral en el Valle de Elquí o en el Valle del Río Blanco, donde nace el Aconcagua, al amanecer el día 6 de enero. O recordarme a mi mísmo en la noche de la víspera, desfilando en la cabalgata de la ilusión de una nube en la que aparecía el rayo verde, dádiva de las dádivas del reino de la felicidad. En un mundo tan absolutamente materializado ya no hay abuelas como mi abuela Carmen que me contaba cuentos que todavía me creo, prodigios, como el del rayo verde, que alimentan como la flor del aire, otra historia que un día contaré. Aun imploro el milagro de vivir la visión de ese rayo fantástico que debe aparecer, aunque sea en el último acto de mi vida, en el centro de un resplandor.
De "Relatos", en la PÁGINA DE CARLOS RIVERA
20/7/08
19/7/08
CUENTO UN CUENTO
Cuento un cuento, de Laura Devetach
Hace muchos años, cuando yo vivía en Reconquista, allá por el norte de Santa Fe, había llovido muchísimo.
Tanto había llovido que los caminos de tierra parecían flanes, gelatinas, cintas de sopa negra.
Nosotros teníamos que ir a otro pueblo y, como los colectivos se empantanaban en los flanes, las gelatinas y las sopas negras, había que viajar en tren. Aquellos trenes comían paladas de carbón, soltaban un humo negro que hacía bellos dibujos.
Empezaban las ruedas a traquetear sobre las vías
chu–cu–chúchu–cuchúchu–cuchú
chucuchú
cuchichú
chucuchú
chucuchú...
y un silbido largo acompañaba al humo que se desflecaba como una cabellera PFUIIiiii PFUiiii...
Primero era lindo, novedoso, vertiginoso. Pero después...
Venían largas paradas misteriosas. El tren se empacaba en medio del campo, como si obedeciera al capricho de algún Dios.
Las vacas de los campitos se cansaban de mirarnos y el guarda contestaba "¿Quién sabe?" a cualquier pregunta que se le hiciera.
Después de un montón de tiempo el frío era más frío y empezaba a faltar el agua y la comida. Y eso que siempre llevábamos una caja de zapatos con pollo, pan y manzanas. O milanesas y dulce de membrillo. Pero había que convidar y éramos muchas personas.
Los grandes comentaban sobre el estado de los caminos, la creciente del Paraná y si habría o no cosecha de algodón.
Después rezongaban, qué barbaridad, el gobierno.Después se iban quedando callados.
Y a mí empezaba a darme sueño, tristeza y una rabia...De pronto el tren caminaba de nuevo.
La gente se miraba sonriendo, acomodándose, menos mal.
Y yo escuchaba el lenguaje de las ruedas.
A veces decían:
Che–qué–chica
che–qué–chica
chequechica
chequechica
chequechi...
Otras veces decían:
Cinco pesos
poca plata
cinco pesos
poca plata
cincopesos
pocaplata
cincopesos
pocapla...
Pero un día espantoso y embarradísimo las ruedas no dijeron nada a pesar de ir rodando, la lluvia entraba por las ventanillas y yo pensaba que nunca más iba a salir el sol.
Entonces, una viejita de pañoleta que venía con una canasta me dijo, como leyéndome el pensamiento:
—¿Sabés lo que dice el tren hoy? dice:
Tres–pre–gun–tas
tres–pre–gun–tas
tres–pre–gun–tas...
A ver, a ver, preguntemos tres preguntas de ésas que no se preguntan nunca.
Y yo:
—¿Los perros quieren decir que no, cuando mueven la cola?
Y ella:
—¿Quién habrá inventado el agujero del mate?
Y yo:
—Cuando los trenes silban, ¿quién les contesta?
Entre las dos hicimos más de tres preguntas.
Después escuchamos de nuevo las ruedas del tren, y decían:
Cuento un cuento
cuentouncuento
cuentoun...
También decían:
Mecontaron y te cuento
mecontaronytecuento
mecontarony...
Y ella me contó más de un cuento y yo le conté los cuentos que sabía.
Y salió el sol.
Por suerte conocí muchas viejas preguntonas, muchos trenes, hice viajes, y resultó lindo eso de escuchar y a veces callar, sólo callar para que las voces de algunas cosas llegaran.
Ahora, como mi vieja de pañoleta, cuando viajo, escucho qué cosas dicen las ruedas, la gente. Y si se da la ocasión cuentouncuento, cuentouncuento, cuentoun...
(Referencia: Relatos, de la página de Carlos Rivera)
13/7/08
LOS CUENTOS DE PABLO
"Vilardevoz es un proyecto comunicacional participativo que funciona desde 1997 en el Centro Diurno del Hospital Psiquiátrico Vilardebó, en la ciudad de Montevideo - Uruguay Actulamente es llevado adelante con la participación de pacientes internos y ambulatorios del Hospital y un equipo formado por estudiantes, docentes y egresados de las Facultades de Psicología y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República. Uno de sus objetivos es habilitar la circulación de un discurso históricamente silenciado, rehcazado, encerrado y particularmente hablado por otros, entendido que se juega en ello el derecho inalienable a la comunicación"
6/7/08
2/7/08
DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA
"Decálogo del perfecto cuentista", de Horacio Quiroga*Referencia : www.monografias.com/trabajos/horacioquiroga/horacioquiroga.shtml
I : Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
II : Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III : Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
IV : Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V : No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI : Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII : No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII : Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX : No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
X : No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.
(Referencia: La página de Carlos Rivera)
I : Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.
II : Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III : Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
IV : Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
V : No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI : Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
VII : No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII : Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX : No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.
X : No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.
(Referencia: La página de Carlos Rivera)
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