22/7/08

EL RAYO VERDE



EL RAYO VERDE

CARLOS RIVERA
A Beatriz Rivera Polo

Mi abuela Carmen, que era tan fabuladora como la abuela de García Márquez, me contaba de niño la historia del rayo verde, rarísimo fenómeno meteorológico que, en medio de un nublado o con el día azul, podría aparecer sobre los cielos como la fracción de un relámpago de un verde nunca visto ni en los retoños de las plantas, ni en la paleta de pintor alguno, ni en los mares de Cozumel, ni en las hojas de los árboles de Francis Ponge. Mi abuela lo había contemplado de niña sobre los cielos de La Coronada, en un día de junio ni muy claro ni muy nubloso, uno de esos días de transición al verano desde la primavera fugitiva. Según decía ella, fue visto y no visto en su duración infinitesimal, pero a mi abuela se le había quedado la mirada encinta de una felicidad inumerable. Ella me hablaba del rayo verde como de una nostalgia transterrada y aun se sentía dichosa de un recuerdo tan fugaz.

Solía contarme que ni en un receso de la lluvia, tan escasa en mi aldea, había jamás hallado en los siete colores del arcoiris un color tan indeterminadamente bello y esplendoroso. Y al morirse, según me refirió mi padre, en el último destello de su mirada se produjo un resplandor vivísimo como si hubiera vuelto a contemplar, en un lúcido instante, el rayo verde que yo jamás he visto.

No he creído nunca que fuera una de esas amables patrañas con las que la abuela Carmen endulzó mi infancia y las de mis hermanos y mis primas, porque cuando contaba lo de la aparición del rayo verde se transfiguraba su rostro y sus palabras sonaban como suena la música de los Cuentos de Hoffman al visitar los bosques de la Selva Negra, una experiencia irrepetible. Muchos años después, en mi amor por la literatura, leyendo un relato de la escritora mejicana Elena Poniatoswka, encontré una descripción semejante a la de la historia de mi abuela (revista “Vuelta”, octubre 1.979). A ella le habían contado que algunas tardes, en el océano Pacífico, podía contemplarse la maravillosa aparición, sólo que había que prestar una capacidad de atención increíble, dado que el rayo verde era huidizo y se escapaba en un parpadeo, tal como la rosa que en el sueño de Coleridge escribió Borges que había encontrado la prueba irrefutable de la existencia del paraíso.

Ni en los libros, ni en las montañas, ni en las playas, he podido alcanzar a ver esa relampagueante visión del rayo verde. Ni siquiera en los textos de astronomía, incluyendo al popular de Flanmarión, he conseguido hallar indicio alguno de tan extraño fenómeno meteorológico. Me he preguntado siempre en qué lugar exacto de mis sueños se encuentra esa alucinación que heredé de mi abuela Carmen y de la que siempre se han reído mis hermanos, mis amigos, mi hijo y hasta la propia compañera de mi existencia en los últimos veintidos años. Tal vez ha sido una de las muchas iluminaciones de una infancia que, si no fue perfecta, si fue como un fulgor avivado por los sueños de los cuentos orales y las lecturas de los maravillosos cuentistas del pasado. Hay en mi ser adulto todavía un rescoldo de ilusión que, a pesar de mis muchos escepticismos, mantiene intacta esa no presencia del rayo verde que sigue alimentando mi existencia anodina. En la semana luminosa de los Reyes Magos me gusta observar en la mirada mágica de los niños pequeños ese maravillado encantamiento que solía embriagar a Gabriela Mistral en el Valle de Elquí o en el Valle del Río Blanco, donde nace el Aconcagua, al amanecer el día 6 de enero. O recordarme a mi mísmo en la noche de la víspera, desfilando en la cabalgata de la ilusión de una nube en la que aparecía el rayo verde, dádiva de las dádivas del reino de la felicidad. En un mundo tan absolutamente materializado ya no hay abuelas como mi abuela Carmen que me contaba cuentos que todavía me creo, prodigios, como el del rayo verde, que alimentan como la flor del aire, otra historia que un día contaré. Aun imploro el milagro de vivir la visión de ese rayo fantástico que debe aparecer, aunque sea en el último acto de mi vida, en el centro de un resplandor.

De "Relatos", en la PÁGINA DE CARLOS RIVERA

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