Laura miró el reloj en un gesto mecánico, parecido a la pregunta que en su niñez desesperaba tanto a su padre: papá, ¿Qué hora es?. El padre la contestaba como una diez veces en los kilómetros que separaba su piso de Barcelona del apartamento al que iban todos los veranos en la costa. En realidad a Laura le daba igual qué hora era, lo que quería era llegar, era no estar encerrada en aquel maldito coche. Ahora lo que Laura esperaba no era la llegada de Arturo a una hora determinada, lo que de verdad le importaba era saber si iba a volver. No le había visto desde hacía una semana, en que después de una acalorada discusión se fue dando un portazo. –Vete y no vuelvas más- dijo ella llorando. No había sabido de él en siete largos días en los que la mujer no hallaba qué hacer aparte de mirarse el reloj obsesivamente. ¿Qué estaría haciendo?¿Dónde?
Había llamado a la madre de Arturo, con la que mantenía una buena relación, por si ella le aclaraba sus dudas, pero la mujer no cogía el teléfono. Habría llamado al trabajo, pero temía interrumpirle y que se pusiera furioso; además, no sabía qué decirle. Laura creía habérselo dicho todo, pero tenía grandes dudas de que él hubiese entendido nada. Parecía que los mensajes llegasen al cerebro del hombre, cambiados, del revés, por lo que él entendía justo lo contrario de lo que quería decirle. Y quería decirle que cuando le pedía que la acompañara al médico era porque tenía miedo de ir sola, de lo que pudiera decirle; que no lo hacía para que se quedara esa tarde sin su reunión con los amigos. Quería que entendiera que si no le planchaba las camisas a tiempo no era porque no le importaba, sino porque iba muy atareada y no daba para más. Quería que supiera que si le costaba excitarse en la cama no era porque no le atrajera, sino porque él no se entregaba, no dejaba que ella tomara alguna vez la iniciativa.
Volvió a mirar el reloj y se dio cuenta que era muy tarde, que el insomnio se estaba apoderando de ella y que tendría que ir al médico, ella sola, a que le recetara algo. Para entretenerse, Laura en lugar de contar borregos pensó en el cambio de vida que estaba experimentando en esos largos siete días sin Arturo. Deseaba y temía que volviera casi con la misma intensidad. Imaginó su vida sin él y se durmió. Al despertar notó a Arturo en su cama. Dormía. Laura le miró y tuvo la sensación de estar encerrada, casi sin movimiento en el coche de su padre, camino de la costa. Casi involuntariamente preguntó -¿Qué hora es?
No hay comentarios:
Publicar un comentario