Había una vez una bola azul y verde, más azul que verde, poblada por animalillos y animalotes, por hadas, brujas, enanos.... y también por seres humanos. Esta especie fue la última en aparecer y, por alguna extraña razón creyó ser mejor que todas las demás, algo inaudito si tenemos en cuenta la fragilidad de sus crías al nacer, el largo camino que necesitaban para adquirir alguna que otra pequeña capacidad y el pobre resultado final de su evolución personal. Los hombres y mujeres abominaban de la magia, burlándose de ella, pero a escondidas pedían ayuda para que magos o brujas resolvieran sus problemas. Aniquilaron los bichotes y a casi todos los bichos, ya que les molestaban o les daban miedo, pero a muchos de ellos tenían que criarles ellos mismos porque les necesitaban para comérselos. Lo mismo sucedía con los vegetales, pues en esa bola redonda tambíén había plantas: las destruían porque les molestaban pero al mismo tiempo las necesitaban para respirar.
Las hadas, las brujas, los enanos, se reunieron para decidir qué hacían con esos seres que lo estaban arrasando todo. Ellos tenían poder -algunos más que otros- para hacerles desaparecer de un golpe de varita mágica o con algún brebaje que los enanos se encargarían de derramar en las copas de "los idiotas" que es como ellos les llamaban. Pero no había acuerdo. Las hadas querían hacerles cambiar con su varita, en lugar de aniquilarles, y las brujas éstaban deseando probar en los "idiotas" sus últimos descubrimientos mortíferos. Por su parte los enanos se dedicaban solo a jugar y no estaban por el tema. Un mago, el más veterano, propuso algo.
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