1/5/08

EL CURRANTE

Mateo no estaba dispuesto a arrancar ni un solo rábano más de aquella tierra que le agrietaba las manos, así es que una mañana se fue sin desayunar siquiera hacia una ciudad que conocía solo por la tele. Llevaba en su mochila los documentos que pensó necesitaría en un lugar extraño y unos ahorros que nadie sabía que tenía. La ciudad le aportaría distinción y riqueza, cosa que sus padres nunca habían conocido ni habían sabido transmitirle.

Llegó de madrugada, con las ojeras de muchas horas sin dormir en un tren de mercancías. La pensión era cutre, mucho más que el precio que pagó por ella, pero necesitaba aquellas horas de descanso entre jornada y jornada. La fábrica no le curtía las manos como la tierra, aquella pestosa fundición le curtió los bronquios de manera tan fina que nadie más que él lo vió. Él y el médico que le recetaba antibióticos para si silicosis. Ahorró algo más de lo que tenía al salir del pueblo, y con ese tesoro y sus manos finas (trabajaba con guantes) volvió un día a visitar a su familia. Unos regalos, unos besos que le hicieron saltar las lágrimas, un plato del potage que tantas veces había recordado... Regresó a la ciudad como un héroe. Antes de partir, sus padres, ancianos ya, dijeron a su hija menor: "Mira Merceditas, cuando crezcas un poco más, te irás a vivir con Mateo a la ciudad. Seguro que a su lado te harás una señorita". Mateo besó a su hermana y se pasó todo el trayecto del mercancías imaginando cómo sería de bonito ayudarla a convertirse en una señorita. Sólo los accesos de tos le sacaban del ensueño. Los accesos de tos y la gran desolación que sentía al entrar en aquella cutre pensión.

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