25/4/08

TANTOS AÑOS SIN SABER DE TÍ, MAFALDA


JOAN BARRIL


Tu padre empezó a contarnos cosas de tu vida en 1964. Pero tú ya naciste mayor. Sabías leer los periódicos, lo que escribían y lo que no podían escribir. Sabías cuidar de tu hermano Guille y te atemorizaban los centenares de miles de chinos. Tampoco te gustaba la sopa cuando naciste. O sea, Mafalda, que ahora debes de estar rondando los 50, que ya son años. Y te busco, Mafalda, porque el mundo no ha cambiado tanto. Y si ha cambiado ha ido a peor. Te busco para encontrar a alguien que se pregunte lo obvio pero que sepa responderse con esperanza. Te busco para saber si has sobrevivido, porque tu padre dejó de dibujarte nueve años después, cuando en tu Argentina natal las vacas eran gordas y las libertades aceptables, aunque se escuchaba un extraño ruido de tiros y torturas al otro lado del tabique de los Andes como preludio del golpe de Estado que tarde o temprano llevaría a los milicos al poder y a tus compañeros de universidad a la simple desaparición.
¿Sabes, Mafalda? Un día me pareció ver a tu mamá, ya sin rulos ni maquillaje, con su cabeza envuelta en una pañoleta blanca dando vueltas al obelisco de la plaza de Mayo. Y pensé que ya no volvería a verte y que tal vez estabas pudriéndote en el fondo de La Plata con un lastre en los pies y que tu hermano Guille tal vez había muerto bajo el frío austral y las balas británicas en algún páramo de la Gran Malvina. Pero no estás hecha de material perecedero. Te veo demasiado para que hayas desaparecido. Te veo a trozos, Mafalda. A veces es tu peinado, otra veces tu nariz, tu sonrisa, tu lágrima. El mundo está hecho de Mafaldas incompletas que algún día se encontrarán para armarse de nuevo. Casi te veo el otro día, frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, la tristemente famosa Esma, donde Argentina perdió a los cerebros más brillantes de toda una generación, mientras un presidente asistía al descuelgue de los retratos de los asesinos y consagraba aquel lugar como Museo de la Memoria.
Cuando te conocí, Mafalda, no tenías memoria y ahora tienes demasiada.Tal vez tu padre consiguió meterte en un avión y llegaste a España dispuesta a hacer amigos y los encontraste. Te enamoraste de algún barbudo, posiblemente incluso votaste por primera vez y sentiste lo que fue el desencanto político de los 80. Subiste a los palacios de la cultura y dejaste que Europa te conquistara. Sin duda amaste mucho y escribiste poco. Descubriste tu cuerpo y lo cuidaste con caricias y con dietas. El mundo se convirtió en un suave río tranquilo y te refugiaste, pasota, en las novelas policiacas y en una cocina donde siempre humeaba la mejor pasta fresca de Occidente. De vez en cuando ibas al campo y contabas las hormigas de las hileras hasta que el sol rojizo se sumergía en el océano para ir a alumbrar tu país y no sentías la mínima nostalgia.
¿Dónde está Mafalda ahora? Tal vez sirve piña colada en un chiringuito de Formentera y deja que el salitre y el sol vayan cuarteando su piel de papel. Tal vez se ha enrolado como cocinera en uno de los barcos de Greenpeace y, de vez en cuando, desafía las proas de los grandes petroleros caracoleando con su zodiac entre los remolinos de popa. Tal vez ha abierto consulta con diván en un apacible ático de una capital europea y allí intenta que los demonios interiores de sus pacientes salgan a la luz con el estímulo de generosas minutas terapéuticas. Tal vez Mafalda es un cadáver sin identificar, mitad tinta mitad acero ferroviario, que los bomberos extrajeron con pinzas de la estación de Atocha y a la que nadie reclama. O será que Mafalda, después de sobrevivir a tantas desgracias, creyó encontrar el amor de su vida y en realidad fue el amor de su muerte, ese hombre oscuro que tras golpearla con un hierro la lanzó por el balcón.Pero eso no puede acabar así. Me pareció ver a Mafalda en la foto de familia del nuevo presidente del Gobierno. Mafalda ministra, preguntándose ante la bola del mundo por los motivos de la mala salud del planeta. Mafalda dispuesta a comerse el mal humor y a devolver la esperanza a sus amigos. Mafalda, en torno a los 50, convencida de que siempre hay motivos para creer, sin necesidad de revoluciones cruentas ni países rotos. La generación perdida de Mafalda no estaba tan perdida. Nos enseñaste a preguntar y ahora te tocará responder.


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