31/12/09
El Estado debe buscar de una vez a Federico García Lorca
El Estado debe buscar de una vez a Federico García Lorca. Por IAN GIBSON
27/12/09
25/12/09
¡FELÍZ NAVIDAD!
No recuerdo haber pasado nunca unas navidades con el alma tan triste. El año que murió mi padre recuerdo que lloré en la Navidad, y hasta escribí un poema que me aligeró la pena, pero mi corazón permanecía entero, lleno de recuerdos que me alimentaban y de un futuro que yo sentía prometedor. Después se marchó mi madre y seguí mi camino más sola, pero igual de entera, porque continuaba viendo la senda por la que quería caminar, la que siempre había buscado y por fin hallado. Este año he perdido a mi tío, el último de mis mayores, y con él también la ilusión. Me he quedado sola en un mundo en el que me cuesta mucho desenvolverme: "Tó er mundo no é bueno". Algunos, si pueden, te toman hasta el carnet de identidad. Otros te quieren al tiempo que te hacen la zancadilla. La senda por la que camino ya no es aquella que había imaginado. El verde se hace pardo en muchos recodos. En otros, el camino está casi borrado y he de seguir por donde la intuición me lleva. Entretanto, van apareciendo lo que parecen caminos maravillosos, pero se que son espejismos y no quiero engaños. Puede que la tristeza que siento no sea mas que otro espejismo, porque si me fijo más veo que me sigue conmoviendo la poesía, la belleza, el ingenio, la alegría, la nobleza.
¡FELIZ NAVIDAD!
¡FELIZ NAVIDAD!
21/12/09
EL RE- ENCUENTRO
Nervios, impaciencia, miradas espectantes que se fijan en un punto. Se abren las puertas y aparecen un desfile de pasajeros entre los que intentamos descubrir al "nuestro" o a "los nuestros". Pocas veces esa persona aparece tan ligada a nosotros como cuando la intentamos distinguir entre una multitud variopinta, que llega envuelta por sus atavíos, tan singulares. Podemos entretenernos, mientras le esperamos, en intentar descubrir de dónde proceden esos desconocidos procedentes de vuelos que nos hacen volar la imaginación. Aquí, en Barcelona, tenemos unos pasajeros que, cuando llegan, todos sabemos de dónde. Sus grandes cajas rellenas de ensaimada descubren a los provenientes de la isla de Mallorca. Es como si vas a México y vuelves con el gran sombrero en la cabeza.
Como sabes que "su" vuelo ya ha aterrizado, no quitas la mirada del punto que se abre y se cierra, la puerta por donde nuestro "esperado" hará su entrada triunfal, como si de un plató de televisión se tratara. Porque él, ella, ellos, saben que los están esperando y que los van a recibir con besos y abrazos. Por éso los ojos brillan, los de los que esperan y los de los que, finalmente aparecen triunfantes, después de asumir todos los riesgos y las ventajas que supone volar. Pero hay algunos que llegan y no miran al grupo que espera tras la valla, porque saben que nadie va a llegar hasta ellos con una sonrisa hasta las orejas. No se si algunos de ellos sienten envidia de sus compañeros de viaje o asumen, resignados, su soledad del momento. Yo confieso haber sentido esa envidia y también haber disfrutado con la maravilla del reencuentro.
Como sabes que "su" vuelo ya ha aterrizado, no quitas la mirada del punto que se abre y se cierra, la puerta por donde nuestro "esperado" hará su entrada triunfal, como si de un plató de televisión se tratara. Porque él, ella, ellos, saben que los están esperando y que los van a recibir con besos y abrazos. Por éso los ojos brillan, los de los que esperan y los de los que, finalmente aparecen triunfantes, después de asumir todos los riesgos y las ventajas que supone volar. Pero hay algunos que llegan y no miran al grupo que espera tras la valla, porque saben que nadie va a llegar hasta ellos con una sonrisa hasta las orejas. No se si algunos de ellos sienten envidia de sus compañeros de viaje o asumen, resignados, su soledad del momento. Yo confieso haber sentido esa envidia y también haber disfrutado con la maravilla del reencuentro.
4/12/09
CARTA A LOS REYES PARA EL 2010
Queridos Reyes Magos:
El año pasado retomé mi antigua costumbre de escribiros pidiéndoos mis deseos. Al principio fue como un juego (volver a la infancia), pero hoy, a casi un mes de vuestra visita anual, he pensado que ya que ni juego a la lotería, podría permitirme el lujo de escribiros en serio, como adulta que soy (¿?) y probar suerte con vosotros, que me conocéis de siempre y no tener que depender del azar.
Ya se que me podéis objetar que soy atea, que eso es una cosa muy fea y que así no hay manera y que ni queráis leer mi carta. Recordad, por favor, el motivo de esa etiqueta. No fui yo, fue el cura de mi parroquia, en tiempos de Franco, quien me hizo firmar un documento en que renunciaba a Dios, si quería casarme solo por lo civil. Lo firmé con mucha pena y…. ¡ocurrió!, poco a poco la etiqueta de atea fue calando en mí, me la creí y aquí estoy, liberada de tantas culpas como las religiones te meten. Creo que bastante tuve toda mi infancia y adolescencia. Hoy puedo pensar en Jesús como alguien que predicó unas ideas liberadoras que sus seguidores no han sabido o querido continuar. Hoy puedo pensar en vosotros como seres de leyenda, la magia que todos necesitamos para seguir viviendo. Además, me caéis mejor que ese gordo con cara de borrachín que es el Papa Noel.
Bien, después de tanta justificación paso a pediros para este año:
- Salud y alegría para mis hijos, para mí y para todos los limpios de corazón
- Cordura para los gobernantes, que andan faltos de ella
- Medidas urgentes para remediar el cambio climático
- Medidas urgentes para remediar el hambre: de alimentos, de justicia, de libertad
- Una correa nueva para mi perro
- Más pinturas de colores para mí
Es todo por este año. Un abrazo para cada uno y el beso para Melchor.
Dona
El año pasado retomé mi antigua costumbre de escribiros pidiéndoos mis deseos. Al principio fue como un juego (volver a la infancia), pero hoy, a casi un mes de vuestra visita anual, he pensado que ya que ni juego a la lotería, podría permitirme el lujo de escribiros en serio, como adulta que soy (¿?) y probar suerte con vosotros, que me conocéis de siempre y no tener que depender del azar.
Ya se que me podéis objetar que soy atea, que eso es una cosa muy fea y que así no hay manera y que ni queráis leer mi carta. Recordad, por favor, el motivo de esa etiqueta. No fui yo, fue el cura de mi parroquia, en tiempos de Franco, quien me hizo firmar un documento en que renunciaba a Dios, si quería casarme solo por lo civil. Lo firmé con mucha pena y…. ¡ocurrió!, poco a poco la etiqueta de atea fue calando en mí, me la creí y aquí estoy, liberada de tantas culpas como las religiones te meten. Creo que bastante tuve toda mi infancia y adolescencia. Hoy puedo pensar en Jesús como alguien que predicó unas ideas liberadoras que sus seguidores no han sabido o querido continuar. Hoy puedo pensar en vosotros como seres de leyenda, la magia que todos necesitamos para seguir viviendo. Además, me caéis mejor que ese gordo con cara de borrachín que es el Papa Noel.
Bien, después de tanta justificación paso a pediros para este año:
- Salud y alegría para mis hijos, para mí y para todos los limpios de corazón
- Cordura para los gobernantes, que andan faltos de ella
- Medidas urgentes para remediar el cambio climático
- Medidas urgentes para remediar el hambre: de alimentos, de justicia, de libertad
- Una correa nueva para mi perro
- Más pinturas de colores para mí
Es todo por este año. Un abrazo para cada uno y el beso para Melchor.
Dona
23/11/09
Serrat regresa a Miguel Hernández
Serrat regresa a Miguel Hernández
Es una alegría y un orgullo tener en nuestro país poetas, artistas e intelectuales como ellos. No es necesario que en esta gira nos cantes "Mediterráneo", Serrat. Tu voz y Miguel son más que suficiente.
Es una alegría y un orgullo tener en nuestro país poetas, artistas e intelectuales como ellos. No es necesario que en esta gira nos cantes "Mediterráneo", Serrat. Tu voz y Miguel son más que suficiente.
31/10/09
RAZONES INÚTILES
RAZONES INÚTILES
el corazón no sabe de razones
por éso llora "sin motivos"
o es que no entendemos su lenguaje
o lo ignoramos
quisiera saber qué es lo que me llora hoy
vísperas del día de difuntos
qué me grita o me aporrea o desconsuela
que me llora
a mis muertos no les ubico en el cementerio
quizás por éso me pesan
quizás sea el motivo
que los llevo adentro
y me lloran y les lloro y añoro
y les quiero como antes
pero me acuerdo más
sigo buscando razones de mi llanto
más acá de los muertos:
mis vivos alejados y ensimismados
que ni me ven ni me oyen ni me sienten
y a ellos no se donde ubicarlos
pero el corazón no responde a razones
solo llora o canta o ríe
el corazón no sabe de razones
por éso llora "sin motivos"
o es que no entendemos su lenguaje
o lo ignoramos
quisiera saber qué es lo que me llora hoy
vísperas del día de difuntos
qué me grita o me aporrea o desconsuela
que me llora
a mis muertos no les ubico en el cementerio
quizás por éso me pesan
quizás sea el motivo
que los llevo adentro
y me lloran y les lloro y añoro
y les quiero como antes
pero me acuerdo más
sigo buscando razones de mi llanto
más acá de los muertos:
mis vivos alejados y ensimismados
que ni me ven ni me oyen ni me sienten
y a ellos no se donde ubicarlos
pero el corazón no responde a razones
solo llora o canta o ríe
18/10/09
3/10/09
¿QUÉ HORA ES?
Laura miró el reloj en un gesto mecánico, parecido a la pregunta que en su niñez desesperaba tanto a su padre: papá, ¿Qué hora es?. El padre la contestaba como una diez veces en los kilómetros que separaba su piso de Barcelona del apartamento al que iban todos los veranos en la costa. En realidad a Laura le daba igual qué hora era, lo que quería era llegar, era no estar encerrada en aquel maldito coche. Ahora lo que Laura esperaba no era la llegada de Arturo a una hora determinada, lo que de verdad le importaba era saber si iba a volver. No le había visto desde hacía una semana, en que después de una acalorada discusión se fue dando un portazo. –Vete y no vuelvas más- dijo ella llorando. No había sabido de él en siete largos días en los que la mujer no hallaba qué hacer aparte de mirarse el reloj obsesivamente. ¿Qué estaría haciendo?¿Dónde?
Había llamado a la madre de Arturo, con la que mantenía una buena relación, por si ella le aclaraba sus dudas, pero la mujer no cogía el teléfono. Habría llamado al trabajo, pero temía interrumpirle y que se pusiera furioso; además, no sabía qué decirle. Laura creía habérselo dicho todo, pero tenía grandes dudas de que él hubiese entendido nada. Parecía que los mensajes llegasen al cerebro del hombre, cambiados, del revés, por lo que él entendía justo lo contrario de lo que quería decirle. Y quería decirle que cuando le pedía que la acompañara al médico era porque tenía miedo de ir sola, de lo que pudiera decirle; que no lo hacía para que se quedara esa tarde sin su reunión con los amigos. Quería que entendiera que si no le planchaba las camisas a tiempo no era porque no le importaba, sino porque iba muy atareada y no daba para más. Quería que supiera que si le costaba excitarse en la cama no era porque no le atrajera, sino porque él no se entregaba, no dejaba que ella tomara alguna vez la iniciativa.
Volvió a mirar el reloj y se dio cuenta que era muy tarde, que el insomnio se estaba apoderando de ella y que tendría que ir al médico, ella sola, a que le recetara algo. Para entretenerse, Laura en lugar de contar borregos pensó en el cambio de vida que estaba experimentando en esos largos siete días sin Arturo. Deseaba y temía que volviera casi con la misma intensidad. Imaginó su vida sin él y se durmió. Al despertar notó a Arturo en su cama. Dormía. Laura le miró y tuvo la sensación de estar encerrada, casi sin movimiento en el coche de su padre, camino de la costa. Casi involuntariamente preguntó -¿Qué hora es?
Había llamado a la madre de Arturo, con la que mantenía una buena relación, por si ella le aclaraba sus dudas, pero la mujer no cogía el teléfono. Habría llamado al trabajo, pero temía interrumpirle y que se pusiera furioso; además, no sabía qué decirle. Laura creía habérselo dicho todo, pero tenía grandes dudas de que él hubiese entendido nada. Parecía que los mensajes llegasen al cerebro del hombre, cambiados, del revés, por lo que él entendía justo lo contrario de lo que quería decirle. Y quería decirle que cuando le pedía que la acompañara al médico era porque tenía miedo de ir sola, de lo que pudiera decirle; que no lo hacía para que se quedara esa tarde sin su reunión con los amigos. Quería que entendiera que si no le planchaba las camisas a tiempo no era porque no le importaba, sino porque iba muy atareada y no daba para más. Quería que supiera que si le costaba excitarse en la cama no era porque no le atrajera, sino porque él no se entregaba, no dejaba que ella tomara alguna vez la iniciativa.
Volvió a mirar el reloj y se dio cuenta que era muy tarde, que el insomnio se estaba apoderando de ella y que tendría que ir al médico, ella sola, a que le recetara algo. Para entretenerse, Laura en lugar de contar borregos pensó en el cambio de vida que estaba experimentando en esos largos siete días sin Arturo. Deseaba y temía que volviera casi con la misma intensidad. Imaginó su vida sin él y se durmió. Al despertar notó a Arturo en su cama. Dormía. Laura le miró y tuvo la sensación de estar encerrada, casi sin movimiento en el coche de su padre, camino de la costa. Casi involuntariamente preguntó -¿Qué hora es?
26/9/09
18/9/09
AROMAS
Hueles a martes, dijo la chica al chico en la mesa de al lado... Por Juan José Millás el El País
16/9/09
LA ESPERA
Esperas y mientras, la mente
se entretiene por caminos andados
y descubres, a veces con espanto
lo que te pasó por alto.
Esperas y mientras, juegas a descubrir
figuras en el suelo, fantasmas, arcángeles
flores o aquella mancha
que olvidó la fregona.
Esperas, y tus ojos escudriñan solapas de libros
usados, más que leídos. Ojeas alguno y tropiezan
con aquella frase, aroma de flor prensada
rimas de tus quince años
Esperas, y por no acabar la paciencia
piensas en lo aprovechado de la espera
todo para consolate
de que él... de que ella..... no llega.
se entretiene por caminos andados
y descubres, a veces con espanto
lo que te pasó por alto.
Esperas y mientras, juegas a descubrir
figuras en el suelo, fantasmas, arcángeles
flores o aquella mancha
que olvidó la fregona.
Esperas, y tus ojos escudriñan solapas de libros
usados, más que leídos. Ojeas alguno y tropiezan
con aquella frase, aroma de flor prensada
rimas de tus quince años
Esperas, y por no acabar la paciencia
piensas en lo aprovechado de la espera
todo para consolate
de que él... de que ella..... no llega.
15/9/09
PESADILLA
"Lo que voy a contar es tan kafkiano y agobiante que no cabe en este artículo.... (Seguir leyendo)
Por Rosa Montero
Por Rosa Montero
6/9/09
TE QUIERO VERDE
Te quiero verde, alma mía
sentir brotes que surgen
de un letargo gélido, de las ramas
de aquel milagro sembrado
crecido, abonado.
Te quiero creciendo en tus ramas
verde, como alas generosas
que acogen trinos,
que ofrecen sombra.
Te quiero verde, vida mía
quiero verdes el paisaje
y el perfume, y tus pasos
quiero verde en tu mirada
y en tus actos.
Quiero la verde esperanza.
sentir brotes que surgen
de un letargo gélido, de las ramas
de aquel milagro sembrado
crecido, abonado.
Te quiero creciendo en tus ramas
verde, como alas generosas
que acogen trinos,
que ofrecen sombra.
Te quiero verde, vida mía
quiero verdes el paisaje
y el perfume, y tus pasos
quiero verde en tu mirada
y en tus actos.
Quiero la verde esperanza.
AQUEL POEMA
Un día te escribí un poema
lo miraste y... silencio
ni una mirada
nada.
Otro día rompí el poema
que ya no recuerdo
y sentí el vacío
de tu presencia.
No he escrito nada más hermoso
era solo para tí
y lo disolviste en el agua.
Fue el preludio de un final
anunciado.
lo miraste y... silencio
ni una mirada
nada.
Otro día rompí el poema
que ya no recuerdo
y sentí el vacío
de tu presencia.
No he escrito nada más hermoso
era solo para tí
y lo disolviste en el agua.
Fue el preludio de un final
anunciado.
4/9/09
“Vuestro feo mundo nos obliga a sacar toda nuestra magia”
Un relato de José Antonio Cossío
“Vuestro feo mundo nos obliga a sacar toda nuestra magia”
De la Página de Carlos Rivera
A estas alturas de la imaginación al poder voy a detenerme, ¡stop! ¿Pero qué fea idea del mundo lleva el público inscrita en el cerebelo? La magia va a resultar ser la última ciencia segura. Ayer mismo partió hacia su lugar. Más o menos pasó aquí el día y la noche, y se volvió a ir. Pletórico e ininteligible me citó sin reflejar urgencia ni nostalgia. Conté las horas. Contar horas, 7, 2, 33 horas, es una concisa metáfora que vale por una demostración minuciosa de la ansiosa espera. De la ansiosa espera cuando no habría por qué esperar más. Las horas que empleé en la inesperada prolongación de la espera las empleé en la ansiedad. Vean: sólo colgar el teléfono conté las horas sin otra tarea que no comer, no dormir, no saber qué hacer, qué pensar, qué decir, qué esperar o qué conciliar con qué. ¿Es suficiente para declarar que el mundo es el debate entre la magia y la fealdad? Caminé por la calle sin rastro de dignidad (como un feto), sin rastro siquiera, y descompuesta y desaseada (como una moribunda) por las inmediaciones de Callao. Precisamente, capturé el llamativo reclamo publicitario con la mano que no me colgaba y acerté a leer: Viaje barato. Es capricho mío no emprender más viajes al pasado ni al futuro si vuelvo a acusar la comezón de la huída. Pero me conozco, me voy a ir, a Boston, sin vuelta, porque tengo 26.000 pesetas. Pero ni eso me saciaría. Así que importa que debí de meterme por Carmen, por Sol, por la plaza de Santa Ana. Atiné a leer el periódico con la boca amarga, casi sangrando, y volví a casa. ¡Vaya verano! ¡Qué desilusión! ¡Pauline en la playa y yo aquí! Comí a las siete, sopa y huevos. Fumé puritos, no sé cuántos. Y cuando puse fin a la radio constaté la no huída del tiempo. Yo había comido y yo había fumado y yo había vuelto a casa. Yo, yo, yo. No sé, lavé los platos en la bañera, puse armonía en los enseres y en mis arcanos y releí la dedicatoria del libro con que le recibiría. No anochecía. Decidí refrescarme. Me lavé el pelo (el agua fría, y eso que estoy en septiembre, me levanta dolor de cabeza). Me lavé deprimentemente las axilas (y eso que a ultimísimo de siglo nadie hace algo así). Y me lavé los genitales y el ano. A conciencia, como si fuera la última vez. La medallita pendía sobre mi pecho hundido por la ansiedad, golpeándolo, ahuecándolo, atestiguando la ambigüedad de mis vigorosas intenciones: purgar y amar. O morir. Como dicen, la realidad o el deseo. Ojo ahí a esa o. Pero me asomé a la ventana: no haría calor. Y el sudor sólo sería sudoración. Y de otra índole tal vez. Aprendemos que el amor es como una tormenta contenida. Eso nos enseñan, pero, con propiedad, las vacas que rumian su pasto y sestean, no cuentan para nada en la vida de una que ama o purga. En rigor, yo, la que oye atronar esos aviones del cielo exterior ante la blancura de este papel no cuento para la vida porque no le doy dimensión. ¡Dale dimensión! Hazlo tú porque la vida no es lo que es actualidad en la vida. Y yo, que no vendo aspiradoras, vivo en la actualidad afligida de un sexto sentido. Acaríciate el discernimiento. No habrás trabajado un segundo la distancia. Soy, a pesar de la vorágine, un trocito de actualidad produciendo. No es que la vida ya no sea, es que la vida nunca es ser. Dilo tú. Crezco, nazco, pierdo, sumo, duro, digo. No tengo no tengo tiempo. ¡Que la voluntad me haga algo ya! Sin embargo, vivo como un tesoro, preservado, preservada para tardes como hoy. Me dicen los hombres que huelo a verano, que puedo sentirme segura, que huelo a manzanas de San Juan. Comprobé la temperatura del aire, calor, sí, pero no tanto calor, e ingresé en el baño, esta vez a embadurnarme los pies. Di por acabada la sesión con resonancias nítidas de cuando mi abuela lavaba magnéticamente mis orejas. Y busqué el espejo del salón, inmenso y a ras de suelo. Pude repasarme como pude, y contemplarme, y dije que ya bastaba. Y peor para él. Intenté aquietarme para no sudar, alcanzar la inmovilidad, y hasta me metí en la cama. Medité, pero es aburrido meditar, atraje hacia mí el televisor desde la mesilla de noche, lo sujeté con ambas manos, adopté la posición fetal y lo encendí. Con la persiana bajada para expulsar el rugido de los aviones asistí a otra media victoria oriental. El tedio me hizo comprender que por fin había anochecido. Había llegado la fatídica, la hora de saber que tenía que partir al encuentro de Cordelio. Tomé provisión, consulté la hora, conté el dinero, evoqué el librito, releí la dedicatoria, sentí pudor, sentí rubor, me calcé, hacía fresco, me puse la casaca, hacía calor, cerré la puerta. Salí a darlo todo, salí tan decidida que salí para no volver, y hubiera arrojado las llaves al patio pero, como decíamos, vivir es vivir aquí. Aunque vivir sea vivir ahora, tuve que hacer una hora de metro. Así, el librito pasó de una mano femenina a otra que ya iba en el proceso. El proceso de la transpiración es como la nube. La nube es ni un producto ni un resultado, es un proceso de humedad y temperatura, de evaporación y de condensación, de hacerse invisible para hacerse visible. Y así con la mano, me puse a pensar pero sobre todo a divagar. Porque quise sopesar su razón de amor y su razón de amar y, en fin, adivinar el nuevo derrotero de Cordelio, de su inestabilidad confesa, y presentir la aurora en que nos derramaríamos. Pero me atravesaba el furor de la obsesión y argumenté, como en un diálogo de esos, contra esto y aquello. Me dolió la cabeza de tanto Unamuno en el nacimiento del cuello, y un sopor nervioso me amodorró entre viajeros acostumbrados a mí. Y así, ensayé la falsa narración que sobre estos días infaustos de separación intercambiaría por su odisea vacacional fuera de nuestras fronteras. Al teléfono, yo le había sentido feliz o ameno o renovado; en cambio, yo parecía, parecería haber estado promediando una tesis sobre la repetición, la duración y la espera. La narración falsa era muy pobre, no tenía nada que oponer, yo ya estaba seca y cansada como una veterana. Accedí al bulevar por la glorieta, con tiempo. Entré en un bar a tomar café y a orinar. Por el feedback del camarero, supe que mi rostro entero parecía irradiar o desprender o proyectar antipatía. Y sólo por eso el café tuvo nata, no me pusieron cucharilla, y hallé la puerta del baño atrancada con llave. Me extendieron una tablilla húmeda seguida de cuerda mojada seguida de llave mohosa. Acabé de orinar sin ningún alivio. Me limpié y volví con el prurito a la nata y al café. ¡Ya se me había hecho tarde! Mi rostro pareció irradiarse o desprenderse o proyectarse antes de abandonar el local. No dije adiós. Y me fui. Era miércoles. No quería llegar tarde demasiado profesionalmente. La última vez me había tenido 20 minutos angustiada, temiendo, sugestionada por la idea de no reconocerle. Tantas horas aguardando que llegara el verdadero tiempo de la verdadera incertidumbre, que opté por la demora cuando debí optar por la anticipación. Pero en ese lapso de pasos interminables hacia él me acometió una sugestión inesperada. Temí no reconocerle. Por fin, entré en Angevinos. Al primer golpe de vista le distinguí en un segundo plano. Ralenticé el paso, saboreando. Me pareció más alto y corpulento, verdaderamente renovado. Dí otros dos pasos, lentísimos estos, desorientados, elegantes y en dirección divergente para dar a Cordelio el placer de descubrirme. Pero lejos, allá, hacia unas cajas, a contraluz, qué fallo, qué horror, ¿lo estaba viendo con mis verdaderos ojos? Quebré toda solemnidad ya innecesaria. Y lo que me venía temiendo, a estas alturas del punzante relato, topo con la amnesia, amnesia que es para algo, para que el sujeto se salve de los vértigos, de la caída que producen las buenas noticias y las malas, por preservarlo tanto de la delicia como del desengaño. No sé, iba de negro. Pantalón negro o camisa negra. No era que estuviera tan bonito, tan chiquito, tan ovilladito, tan recogidito ni tan inteligente, era que yo podía reconocerlo. Y Cordelio a mí. Admitámoslo, viniendo como venimos del infinito y del frontispicio de los tiempos, reconocer un cuerpo en el espacio es el verdadero milagro. Ese reconocernos, Cordelio y yo, es cosa anterior a la palabra, a la mirada y al ojo, al calor, al apetito, a los dedos, a los sexos. Bebí mi gin, fumé incrédulamente. Habló de hoteles con cucarachas, de museos con momias, de estanques con fuscas, de aceras con transeúntes con bombines y con paraguas. Estaba encantado de haberse aburrido tanto. Esta ironía es brutal y es injusta y es impropia de mí, y es ir adelantando el resentimiento de después. Cornelio estaba encantado de su experiencia. Y Cornelio tiene derecho a la experiencia. Sólo para que compare. Pero capté que en todos esos 7 días se acordó de mí una vez, aunque me compró una postal que estuvo escribiendo cuando de tanto andar y andar le apretó la soledad. Dijo que la traía consigo pero no la traía consigo o no me la quiso entregar. Así que cambiamos de bar, directamente al On yourself, nuestra exclusiva madriguera para el amor. Entramos un poco desconectados y perdidos por lo obvio y lo evidente del recuerdo de pasadas complacencias. E indiscretos descubrimientos. No ocupamos nuestro rincón, construimos un espacio de aspecto más cerebral y de fondo emocionado. Tomé la palabra y di en decirle todo lo que me había propuesto no decirle. Al final, nos estrechamos la mano lánguidamente, como si estuviera totalmente perdida la ocasión. El tiempo nos ganaba mientras cambiábamos y cambiábamos de bar. Cómo resumirles que la música, lo accesorio en general, lo político, lo ideológico si se me permite, se empeñó en contrariarnos. La fatalidad nos impulsó a beber, a beber más deprisa, a hablar menos y beber más. Nos costó. El abrazo deseante y deseado, el beso, el beso pronunciado, el crudo beso nos costó un huevo. Y es que había venido pareciendo ajena a nosotros toda aquella noche de transparencias y de desnudez, de espontáneo cálculo, de frío y sueño y frío y sueño juntos, de almuerzo desnudo, de almuerzo jabonoso, de decaimiento y desmayo para que la hora, el minuto y el segundo tremebundo de su partida no nos alcanzaran jamás. Como diría el maestro, infinidad de hombres, por tierra, por mar, por aire, pero lo que ocurre, lo que verdaderamente ocurre, me ocurre a mí. Y lo que ocurrió fue que me echó la mano a la espalda Cornelio, y fue palpando y palpando hasta que acabó por descubrir algo inesperado, duro y rectangular, un epítome, mi epítome, su epítome, oculto bajo la casaca. Pero se limitó a recibir el epítome y la justificación del epítome. Sé que juzgará con su corazón porque sé que el corazón es un cazador solitario. Sin embargo, la elevación que yo necesito la escatima, la reserva, la posterga, la congela. ¡Ay!. Me fui a su boca como una loca se va a otra boca, y él a la mía. Ya no sé más con qué dolores infinitos salimos, a derecha e izquierda, y adelante sólo la ciudad dura, tiesa como una estaca. Dieron las tres y las cuatro en el reloj del Ayuntamiento de Madrid. Y ya sólo nos esperaron los reflejos verdes de las despedidas. Nos llevamos de la mano no sé a dónde, un buen trecho, y me zafé en un golpe seco de rebeldía. No proclamé nada y miré asqueada la puerta histórico-artística. Volvamos a empezar: la fealdad - la magia – la fealdad – la magia. Volvimos a empezar. Casa Cornelio. ¡Vaya nombre para una casa! Resonó como una campanilla: a tu casa sí. En el taxi no quise mirar ni que me tocara ni que me rozara. Traté de protestar porque no hay justicia, pero ya llegábamos a la calle de la casa de Cornelio. Pagué. No reconocí la casa, el portal o las escaleras. Sé que entramos pero no vi la puerta. Pedí agua. Trajo agua, puso música e inmediatamente alguien clamó desde el patio, ¡esa música! Diligente anfitrión, Cornelio moduló la ambientación perfecta de esa música, esa luz y esa persiana. Me fui hacia sí, hacia sus besos con los míos aunque nos fuéramos derrumbando blandamente. Entonces, sin aviso ni señal, empecé a mostrarme vehemente, rápida, precipitada, vertiginosa, empujada hacia otro vaso de agua. Hubiera querido más agua, y más y más y más y más agua porque hubiera querido más equilibrio y más formalizar en el sofá. Sí, así es, ustedes siempre aciertan, deseaba desear. Vamos a la cama, dijo. Pero dame más agua, dije. Hurgó en la cocina hasta que llegué yo. Yo: no me digas que eso es una lavadora (buscaba una miguita de complicidad). Él: de carga superior, replicó. Se había sentado en la encimera. Y yo giré e hice otro giro y desde el epicentro interrogué a la lámpara con temor: cuándo te vas. Mañana. Y cuándo vuelves. No sé. Para octubre, dije yo. Estaba descalzo. Le besé los pies. Me senté en el centro, en el suelo de la cocina me mecí. Llegó por el aire, por la espalda me abrazó y nos quedamos muy quietos. Hay alguien. Lo voy a ver. Nos vamos a enrollar. Le, la, lo, hipnóticamente, en el centro, yo, gramáticamente. Dijo su nombre. Me apoyé en el vacío. Ahora dio vueltas Cordelio. Te quiero mucho, dijo, pero no le oí. ¿Qué?, dijo. Nada, dije. Dame una cerveza. Apagó la luz, encendió un cigarro, pasó por la sala, se desprendió de la ropa y se fue por el pasillo ligeramente, a punto de silbar y a un tris de canturrear. Crujirían mis huesos inestables al seguirle. Saludé a su enorme osito azul. Posaba tendido desnudo, desinhibido pero inhibido, distraído, desvergonzado, retador y muy divertido, así. Eso me divirtió e inicié los movimientos que me llevaron, pero no tan rápido, hacia él. Mi conducta no fue mía, ni yo fui sólo yo, ni yo fui toda yo. Como no puedo creer en la naturalidad, me abotonaba y desabotonaba. ¿Pero qué naturalidad? Como no puedo creer en la naturalidad, me desabotoné la casaca y retardé la exposición. Me senté en la cama, crucé la pata y balanceé un pie. Sabía que me miraba no hacer, y dijo: ¡venga, que te veo un poco lenta! Me hizo una gracia horrenda cómo sonaron, violentas y heladas, esas palabras de ánimo y, desde luego, me produjeron un inmediato surmenage. Y fue así como me despojó y me tendió a su lado derecho. Sentí un escalofrío de miedo al no poder saber si los besos y los tanteos y los agasajos inconstantes que seguirían serían creencia o costumbre. Fe o raíz. Versión o subversión. Y entendí que no entendería nada pero sentí que Cornelio emulaba a Cornelio y que su encarnizamiento era aprendido. El encarnizamiento de otro hecho propio. Pobre Cordelio autópata. Sin embargo, no recuerdo haber sentido temperatura en su piel, ni su piel, ni siquiera piel. Porque él estaba no estaba allí, y él era no era él, pero no podía ser no ser él. Creo que no lograba, creo que no intentaba, creo que no sabía, creo que no lo lograba tampoco. Me distraje o me dormí y le vi cerrando la ventana y maltratando la cortina. Y bajó las luces, también, y no pude sustraerme al espanto de unos actos que eran ciertos sólo en él. Y allí fue a quedar mi sentimiento y mi fe en el imaginario y mi cuerpo apuñalado. Entretanto, yo esperé, como una profecía, al animal antropomorfo, el fin de la propiedad intelectual. Así que la cosa se puso seria porque yo, porque él, porque nuestro objeto, porque nuestro afán, porque nadie, porque a nadie, porque ni a sí mismo, ¿o ya estaremos en condiciones de ir negando la soledad primordial? No supe que de la primera banana a la postrera, el sabor de la banana, su apetencia, mi esperanza, su potencia, ha sido equivocado. ¿No sé que no quiero ser para saber sino otra cosa? ¿No sé que la ciencia ha de ser inmoral e inmortal como la banana fabulosa? Muy bonito, porque el desorden y la tristeza se espesaron y yo quería quererlo contra viento y marea. El desorden y la tristeza, la voluntad desanimándome en un dilema falso: él es él. Así que dije sí montada en el arrojo. Sí, llamé y grité, sí y sí, me ofrecí, sí a la gimnasia, sí a la magnesia, sí a la nemotecnia, concluí. ¿Qué?, sacó la cabeza, no sé qué dices. Yo me situé bajo él, bajo la parra del hoy y del aquí, así, y así del ahora, tic tic, tic tac, y del y qué. No sé qué dices. Que odio el placer. ¿Qué placer? Que odio el deber. Fru fru –tic tic- fru fru- tic tac. Me agité convencionalmente, recordé una canción que abandoné en el acto. Tuvimos, o tuve, mucho dolor y pesadumbre y la soledad fue desesperada. Cuando abrí los ojos odié con mis propias garras la insoportable belleza espantosa de mi propósito: saltar, saltar, haber goteado. Tuve su cara, retuvo la expresión. Besé el mundo como un cordero cefalítico y me emplumé a su derecha. Me acaricié sin dedos, en silencio, sin respiración. Por fin quise despedir al animal mineralizado y caer con él, o cualquier cosa, como una roca. Pero resucitó en su mano y tomando la mía, con piedad, musitando bajísimamente, adiviné lo que dijo: mañana nos apareamos. El animal decepciona al animal, el hombre a mí, la lejanía antecede al alejamiento. Y esperé su respiración, que durmiera o que creyera dormir. Con sigilo volví a la sala. Cogí dos valium. Bebí dos vasos de agua. Fumé dos cigarros. Dormí contraria a la cabecera. Lloré sin mí. Lloré, dormí, desperté, amaneció, trajinó, ofreció, bebí café. Salió y entró. Se fue y volvió. Me senté. El sol. Avanzamos bajo una nerviosa pereza. Avanzamos por la avenida bulliciosa, atascada, recalentada, centelleante hasta el último bar. Miré con aprensión las banderillas, las cebolletas, las berenjenas y las sardinillas. No pude dejar de mover la cabeza ovejunamente en toda la escena. Porque yo, porque a mí, porque, ¡ja!, porque me puse a pensar en el cosmos, no me digas, no me jodas, vaya palabrita cósmica para no decir más que palabras.
“Vuestro feo mundo nos obliga a sacar toda nuestra magia”
De la Página de Carlos Rivera
A estas alturas de la imaginación al poder voy a detenerme, ¡stop! ¿Pero qué fea idea del mundo lleva el público inscrita en el cerebelo? La magia va a resultar ser la última ciencia segura. Ayer mismo partió hacia su lugar. Más o menos pasó aquí el día y la noche, y se volvió a ir. Pletórico e ininteligible me citó sin reflejar urgencia ni nostalgia. Conté las horas. Contar horas, 7, 2, 33 horas, es una concisa metáfora que vale por una demostración minuciosa de la ansiosa espera. De la ansiosa espera cuando no habría por qué esperar más. Las horas que empleé en la inesperada prolongación de la espera las empleé en la ansiedad. Vean: sólo colgar el teléfono conté las horas sin otra tarea que no comer, no dormir, no saber qué hacer, qué pensar, qué decir, qué esperar o qué conciliar con qué. ¿Es suficiente para declarar que el mundo es el debate entre la magia y la fealdad? Caminé por la calle sin rastro de dignidad (como un feto), sin rastro siquiera, y descompuesta y desaseada (como una moribunda) por las inmediaciones de Callao. Precisamente, capturé el llamativo reclamo publicitario con la mano que no me colgaba y acerté a leer: Viaje barato. Es capricho mío no emprender más viajes al pasado ni al futuro si vuelvo a acusar la comezón de la huída. Pero me conozco, me voy a ir, a Boston, sin vuelta, porque tengo 26.000 pesetas. Pero ni eso me saciaría. Así que importa que debí de meterme por Carmen, por Sol, por la plaza de Santa Ana. Atiné a leer el periódico con la boca amarga, casi sangrando, y volví a casa. ¡Vaya verano! ¡Qué desilusión! ¡Pauline en la playa y yo aquí! Comí a las siete, sopa y huevos. Fumé puritos, no sé cuántos. Y cuando puse fin a la radio constaté la no huída del tiempo. Yo había comido y yo había fumado y yo había vuelto a casa. Yo, yo, yo. No sé, lavé los platos en la bañera, puse armonía en los enseres y en mis arcanos y releí la dedicatoria del libro con que le recibiría. No anochecía. Decidí refrescarme. Me lavé el pelo (el agua fría, y eso que estoy en septiembre, me levanta dolor de cabeza). Me lavé deprimentemente las axilas (y eso que a ultimísimo de siglo nadie hace algo así). Y me lavé los genitales y el ano. A conciencia, como si fuera la última vez. La medallita pendía sobre mi pecho hundido por la ansiedad, golpeándolo, ahuecándolo, atestiguando la ambigüedad de mis vigorosas intenciones: purgar y amar. O morir. Como dicen, la realidad o el deseo. Ojo ahí a esa o. Pero me asomé a la ventana: no haría calor. Y el sudor sólo sería sudoración. Y de otra índole tal vez. Aprendemos que el amor es como una tormenta contenida. Eso nos enseñan, pero, con propiedad, las vacas que rumian su pasto y sestean, no cuentan para nada en la vida de una que ama o purga. En rigor, yo, la que oye atronar esos aviones del cielo exterior ante la blancura de este papel no cuento para la vida porque no le doy dimensión. ¡Dale dimensión! Hazlo tú porque la vida no es lo que es actualidad en la vida. Y yo, que no vendo aspiradoras, vivo en la actualidad afligida de un sexto sentido. Acaríciate el discernimiento. No habrás trabajado un segundo la distancia. Soy, a pesar de la vorágine, un trocito de actualidad produciendo. No es que la vida ya no sea, es que la vida nunca es ser. Dilo tú. Crezco, nazco, pierdo, sumo, duro, digo. No tengo no tengo tiempo. ¡Que la voluntad me haga algo ya! Sin embargo, vivo como un tesoro, preservado, preservada para tardes como hoy. Me dicen los hombres que huelo a verano, que puedo sentirme segura, que huelo a manzanas de San Juan. Comprobé la temperatura del aire, calor, sí, pero no tanto calor, e ingresé en el baño, esta vez a embadurnarme los pies. Di por acabada la sesión con resonancias nítidas de cuando mi abuela lavaba magnéticamente mis orejas. Y busqué el espejo del salón, inmenso y a ras de suelo. Pude repasarme como pude, y contemplarme, y dije que ya bastaba. Y peor para él. Intenté aquietarme para no sudar, alcanzar la inmovilidad, y hasta me metí en la cama. Medité, pero es aburrido meditar, atraje hacia mí el televisor desde la mesilla de noche, lo sujeté con ambas manos, adopté la posición fetal y lo encendí. Con la persiana bajada para expulsar el rugido de los aviones asistí a otra media victoria oriental. El tedio me hizo comprender que por fin había anochecido. Había llegado la fatídica, la hora de saber que tenía que partir al encuentro de Cordelio. Tomé provisión, consulté la hora, conté el dinero, evoqué el librito, releí la dedicatoria, sentí pudor, sentí rubor, me calcé, hacía fresco, me puse la casaca, hacía calor, cerré la puerta. Salí a darlo todo, salí tan decidida que salí para no volver, y hubiera arrojado las llaves al patio pero, como decíamos, vivir es vivir aquí. Aunque vivir sea vivir ahora, tuve que hacer una hora de metro. Así, el librito pasó de una mano femenina a otra que ya iba en el proceso. El proceso de la transpiración es como la nube. La nube es ni un producto ni un resultado, es un proceso de humedad y temperatura, de evaporación y de condensación, de hacerse invisible para hacerse visible. Y así con la mano, me puse a pensar pero sobre todo a divagar. Porque quise sopesar su razón de amor y su razón de amar y, en fin, adivinar el nuevo derrotero de Cordelio, de su inestabilidad confesa, y presentir la aurora en que nos derramaríamos. Pero me atravesaba el furor de la obsesión y argumenté, como en un diálogo de esos, contra esto y aquello. Me dolió la cabeza de tanto Unamuno en el nacimiento del cuello, y un sopor nervioso me amodorró entre viajeros acostumbrados a mí. Y así, ensayé la falsa narración que sobre estos días infaustos de separación intercambiaría por su odisea vacacional fuera de nuestras fronteras. Al teléfono, yo le había sentido feliz o ameno o renovado; en cambio, yo parecía, parecería haber estado promediando una tesis sobre la repetición, la duración y la espera. La narración falsa era muy pobre, no tenía nada que oponer, yo ya estaba seca y cansada como una veterana. Accedí al bulevar por la glorieta, con tiempo. Entré en un bar a tomar café y a orinar. Por el feedback del camarero, supe que mi rostro entero parecía irradiar o desprender o proyectar antipatía. Y sólo por eso el café tuvo nata, no me pusieron cucharilla, y hallé la puerta del baño atrancada con llave. Me extendieron una tablilla húmeda seguida de cuerda mojada seguida de llave mohosa. Acabé de orinar sin ningún alivio. Me limpié y volví con el prurito a la nata y al café. ¡Ya se me había hecho tarde! Mi rostro pareció irradiarse o desprenderse o proyectarse antes de abandonar el local. No dije adiós. Y me fui. Era miércoles. No quería llegar tarde demasiado profesionalmente. La última vez me había tenido 20 minutos angustiada, temiendo, sugestionada por la idea de no reconocerle. Tantas horas aguardando que llegara el verdadero tiempo de la verdadera incertidumbre, que opté por la demora cuando debí optar por la anticipación. Pero en ese lapso de pasos interminables hacia él me acometió una sugestión inesperada. Temí no reconocerle. Por fin, entré en Angevinos. Al primer golpe de vista le distinguí en un segundo plano. Ralenticé el paso, saboreando. Me pareció más alto y corpulento, verdaderamente renovado. Dí otros dos pasos, lentísimos estos, desorientados, elegantes y en dirección divergente para dar a Cordelio el placer de descubrirme. Pero lejos, allá, hacia unas cajas, a contraluz, qué fallo, qué horror, ¿lo estaba viendo con mis verdaderos ojos? Quebré toda solemnidad ya innecesaria. Y lo que me venía temiendo, a estas alturas del punzante relato, topo con la amnesia, amnesia que es para algo, para que el sujeto se salve de los vértigos, de la caída que producen las buenas noticias y las malas, por preservarlo tanto de la delicia como del desengaño. No sé, iba de negro. Pantalón negro o camisa negra. No era que estuviera tan bonito, tan chiquito, tan ovilladito, tan recogidito ni tan inteligente, era que yo podía reconocerlo. Y Cordelio a mí. Admitámoslo, viniendo como venimos del infinito y del frontispicio de los tiempos, reconocer un cuerpo en el espacio es el verdadero milagro. Ese reconocernos, Cordelio y yo, es cosa anterior a la palabra, a la mirada y al ojo, al calor, al apetito, a los dedos, a los sexos. Bebí mi gin, fumé incrédulamente. Habló de hoteles con cucarachas, de museos con momias, de estanques con fuscas, de aceras con transeúntes con bombines y con paraguas. Estaba encantado de haberse aburrido tanto. Esta ironía es brutal y es injusta y es impropia de mí, y es ir adelantando el resentimiento de después. Cornelio estaba encantado de su experiencia. Y Cornelio tiene derecho a la experiencia. Sólo para que compare. Pero capté que en todos esos 7 días se acordó de mí una vez, aunque me compró una postal que estuvo escribiendo cuando de tanto andar y andar le apretó la soledad. Dijo que la traía consigo pero no la traía consigo o no me la quiso entregar. Así que cambiamos de bar, directamente al On yourself, nuestra exclusiva madriguera para el amor. Entramos un poco desconectados y perdidos por lo obvio y lo evidente del recuerdo de pasadas complacencias. E indiscretos descubrimientos. No ocupamos nuestro rincón, construimos un espacio de aspecto más cerebral y de fondo emocionado. Tomé la palabra y di en decirle todo lo que me había propuesto no decirle. Al final, nos estrechamos la mano lánguidamente, como si estuviera totalmente perdida la ocasión. El tiempo nos ganaba mientras cambiábamos y cambiábamos de bar. Cómo resumirles que la música, lo accesorio en general, lo político, lo ideológico si se me permite, se empeñó en contrariarnos. La fatalidad nos impulsó a beber, a beber más deprisa, a hablar menos y beber más. Nos costó. El abrazo deseante y deseado, el beso, el beso pronunciado, el crudo beso nos costó un huevo. Y es que había venido pareciendo ajena a nosotros toda aquella noche de transparencias y de desnudez, de espontáneo cálculo, de frío y sueño y frío y sueño juntos, de almuerzo desnudo, de almuerzo jabonoso, de decaimiento y desmayo para que la hora, el minuto y el segundo tremebundo de su partida no nos alcanzaran jamás. Como diría el maestro, infinidad de hombres, por tierra, por mar, por aire, pero lo que ocurre, lo que verdaderamente ocurre, me ocurre a mí. Y lo que ocurrió fue que me echó la mano a la espalda Cornelio, y fue palpando y palpando hasta que acabó por descubrir algo inesperado, duro y rectangular, un epítome, mi epítome, su epítome, oculto bajo la casaca. Pero se limitó a recibir el epítome y la justificación del epítome. Sé que juzgará con su corazón porque sé que el corazón es un cazador solitario. Sin embargo, la elevación que yo necesito la escatima, la reserva, la posterga, la congela. ¡Ay!. Me fui a su boca como una loca se va a otra boca, y él a la mía. Ya no sé más con qué dolores infinitos salimos, a derecha e izquierda, y adelante sólo la ciudad dura, tiesa como una estaca. Dieron las tres y las cuatro en el reloj del Ayuntamiento de Madrid. Y ya sólo nos esperaron los reflejos verdes de las despedidas. Nos llevamos de la mano no sé a dónde, un buen trecho, y me zafé en un golpe seco de rebeldía. No proclamé nada y miré asqueada la puerta histórico-artística. Volvamos a empezar: la fealdad - la magia – la fealdad – la magia. Volvimos a empezar. Casa Cornelio. ¡Vaya nombre para una casa! Resonó como una campanilla: a tu casa sí. En el taxi no quise mirar ni que me tocara ni que me rozara. Traté de protestar porque no hay justicia, pero ya llegábamos a la calle de la casa de Cornelio. Pagué. No reconocí la casa, el portal o las escaleras. Sé que entramos pero no vi la puerta. Pedí agua. Trajo agua, puso música e inmediatamente alguien clamó desde el patio, ¡esa música! Diligente anfitrión, Cornelio moduló la ambientación perfecta de esa música, esa luz y esa persiana. Me fui hacia sí, hacia sus besos con los míos aunque nos fuéramos derrumbando blandamente. Entonces, sin aviso ni señal, empecé a mostrarme vehemente, rápida, precipitada, vertiginosa, empujada hacia otro vaso de agua. Hubiera querido más agua, y más y más y más y más agua porque hubiera querido más equilibrio y más formalizar en el sofá. Sí, así es, ustedes siempre aciertan, deseaba desear. Vamos a la cama, dijo. Pero dame más agua, dije. Hurgó en la cocina hasta que llegué yo. Yo: no me digas que eso es una lavadora (buscaba una miguita de complicidad). Él: de carga superior, replicó. Se había sentado en la encimera. Y yo giré e hice otro giro y desde el epicentro interrogué a la lámpara con temor: cuándo te vas. Mañana. Y cuándo vuelves. No sé. Para octubre, dije yo. Estaba descalzo. Le besé los pies. Me senté en el centro, en el suelo de la cocina me mecí. Llegó por el aire, por la espalda me abrazó y nos quedamos muy quietos. Hay alguien. Lo voy a ver. Nos vamos a enrollar. Le, la, lo, hipnóticamente, en el centro, yo, gramáticamente. Dijo su nombre. Me apoyé en el vacío. Ahora dio vueltas Cordelio. Te quiero mucho, dijo, pero no le oí. ¿Qué?, dijo. Nada, dije. Dame una cerveza. Apagó la luz, encendió un cigarro, pasó por la sala, se desprendió de la ropa y se fue por el pasillo ligeramente, a punto de silbar y a un tris de canturrear. Crujirían mis huesos inestables al seguirle. Saludé a su enorme osito azul. Posaba tendido desnudo, desinhibido pero inhibido, distraído, desvergonzado, retador y muy divertido, así. Eso me divirtió e inicié los movimientos que me llevaron, pero no tan rápido, hacia él. Mi conducta no fue mía, ni yo fui sólo yo, ni yo fui toda yo. Como no puedo creer en la naturalidad, me abotonaba y desabotonaba. ¿Pero qué naturalidad? Como no puedo creer en la naturalidad, me desabotoné la casaca y retardé la exposición. Me senté en la cama, crucé la pata y balanceé un pie. Sabía que me miraba no hacer, y dijo: ¡venga, que te veo un poco lenta! Me hizo una gracia horrenda cómo sonaron, violentas y heladas, esas palabras de ánimo y, desde luego, me produjeron un inmediato surmenage. Y fue así como me despojó y me tendió a su lado derecho. Sentí un escalofrío de miedo al no poder saber si los besos y los tanteos y los agasajos inconstantes que seguirían serían creencia o costumbre. Fe o raíz. Versión o subversión. Y entendí que no entendería nada pero sentí que Cornelio emulaba a Cornelio y que su encarnizamiento era aprendido. El encarnizamiento de otro hecho propio. Pobre Cordelio autópata. Sin embargo, no recuerdo haber sentido temperatura en su piel, ni su piel, ni siquiera piel. Porque él estaba no estaba allí, y él era no era él, pero no podía ser no ser él. Creo que no lograba, creo que no intentaba, creo que no sabía, creo que no lo lograba tampoco. Me distraje o me dormí y le vi cerrando la ventana y maltratando la cortina. Y bajó las luces, también, y no pude sustraerme al espanto de unos actos que eran ciertos sólo en él. Y allí fue a quedar mi sentimiento y mi fe en el imaginario y mi cuerpo apuñalado. Entretanto, yo esperé, como una profecía, al animal antropomorfo, el fin de la propiedad intelectual. Así que la cosa se puso seria porque yo, porque él, porque nuestro objeto, porque nuestro afán, porque nadie, porque a nadie, porque ni a sí mismo, ¿o ya estaremos en condiciones de ir negando la soledad primordial? No supe que de la primera banana a la postrera, el sabor de la banana, su apetencia, mi esperanza, su potencia, ha sido equivocado. ¿No sé que no quiero ser para saber sino otra cosa? ¿No sé que la ciencia ha de ser inmoral e inmortal como la banana fabulosa? Muy bonito, porque el desorden y la tristeza se espesaron y yo quería quererlo contra viento y marea. El desorden y la tristeza, la voluntad desanimándome en un dilema falso: él es él. Así que dije sí montada en el arrojo. Sí, llamé y grité, sí y sí, me ofrecí, sí a la gimnasia, sí a la magnesia, sí a la nemotecnia, concluí. ¿Qué?, sacó la cabeza, no sé qué dices. Yo me situé bajo él, bajo la parra del hoy y del aquí, así, y así del ahora, tic tic, tic tac, y del y qué. No sé qué dices. Que odio el placer. ¿Qué placer? Que odio el deber. Fru fru –tic tic- fru fru- tic tac. Me agité convencionalmente, recordé una canción que abandoné en el acto. Tuvimos, o tuve, mucho dolor y pesadumbre y la soledad fue desesperada. Cuando abrí los ojos odié con mis propias garras la insoportable belleza espantosa de mi propósito: saltar, saltar, haber goteado. Tuve su cara, retuvo la expresión. Besé el mundo como un cordero cefalítico y me emplumé a su derecha. Me acaricié sin dedos, en silencio, sin respiración. Por fin quise despedir al animal mineralizado y caer con él, o cualquier cosa, como una roca. Pero resucitó en su mano y tomando la mía, con piedad, musitando bajísimamente, adiviné lo que dijo: mañana nos apareamos. El animal decepciona al animal, el hombre a mí, la lejanía antecede al alejamiento. Y esperé su respiración, que durmiera o que creyera dormir. Con sigilo volví a la sala. Cogí dos valium. Bebí dos vasos de agua. Fumé dos cigarros. Dormí contraria a la cabecera. Lloré sin mí. Lloré, dormí, desperté, amaneció, trajinó, ofreció, bebí café. Salió y entró. Se fue y volvió. Me senté. El sol. Avanzamos bajo una nerviosa pereza. Avanzamos por la avenida bulliciosa, atascada, recalentada, centelleante hasta el último bar. Miré con aprensión las banderillas, las cebolletas, las berenjenas y las sardinillas. No pude dejar de mover la cabeza ovejunamente en toda la escena. Porque yo, porque a mí, porque, ¡ja!, porque me puse a pensar en el cosmos, no me digas, no me jodas, vaya palabrita cósmica para no decir más que palabras.
30/8/09
LA SANGRE DE LOS POBRES
La sangre de los pobres / Carlos Rivera
La sangre de los pobres caía en canalones
siguió lloviendo a pleno sol
cuando las hoces que cortaban
la flor del pan que era
el corazón del trigo
a golpe de sudor siguió lloviendo y vomitando
en pleno agosto
os hablo de mi padre
de aquellos que cegados por la luz
del verano
aun cantaban cuando sus cicatrices
casi olían a Dios en los trigales
entre las amapolas
que tomaron el color de la sangre
de sus manos
la sangre de los pobres cayendo en canalones
a pleno sol.
Carlos Rivera
De "Segundo libro de Mellaria"(Página del autor)
La sangre de los pobres caía en canalones
siguió lloviendo a pleno sol
cuando las hoces que cortaban
la flor del pan que era
el corazón del trigo
a golpe de sudor siguió lloviendo y vomitando
en pleno agosto
os hablo de mi padre
de aquellos que cegados por la luz
del verano
aun cantaban cuando sus cicatrices
casi olían a Dios en los trigales
entre las amapolas
que tomaron el color de la sangre
de sus manos
la sangre de los pobres cayendo en canalones
a pleno sol.
Carlos Rivera
De "Segundo libro de Mellaria"(Página del autor)
26/8/09
UNA CRÓNICA DEL SIGLO VEINTE
Se ha ido igual que se va la luz y el calor de la llama cuando ya no tiene suficiente combustible o cuando se ahoga por falta de aire. Se ha ido sin querer irse, por culpa de la combinación de mil factores que nadie asume, ni él mismo. Y se fue sin llevarse sus historias escritas en lo que podría ser una crónica del siglo veinte.
Hoy tizné mis manos con sus historias, intentando desprenderme de vivencias que no caben en mi ya ajedreada vida. Las cenizas y el humo las iban dispersando pero, curiosamente, en vez de desaparecer volvían a mí en forma de recuerdos. Yo no conocía a todas esas personas que aparecían en sus papeles, pero le conocí a él y le amé mucho más de lo que él se dejó amar. Pero éso es asunto mío, nadie tiene la culpa de lo que inspira en los demás. A mí él me inspiraba ternura y a veces rabia porque según yo, no sabía vivir la vida. Trabajó y poco más. Pero en ese poco más aparece hoy, entre cenizas y humo, una crónica del siglo veinte, y entre ellos él, un hombre que, como tantos otros se forjó a sí mismo sin los materiales imprescindibles para ser un hombre tierno. O... quizás sí los tenía y nunca se atrevió a utilizarlos y los iba repartiendo a trocitos entre los que amaba. Si fuera así, he estado de suerte porque yo recibí un trocito de su ternura.
21/8/09
DISCURSO DE ESPUMA
Este poema dio título a un cuaderno previo, publicado en la revista ZUBIA, y al libro con el que obtuve en León, 1990, el Premio Nacional de Poesía “Antonio González de Lama".
Carlos Rivera
DISCURSO DE ESPUMA
En su “laetitia al vivo”
sólo tu paladar celeste piensa
que el ser es como ser
el olor de una rosa
y el bocado de Hamlet las tinieblas
de tu dulzura.
Existes
porque ser ciertamente mortal
consiste en eso
y en huir de los días miserables
de los que retroceden a la muerte
con un puñado de amor o de monedas
y otras concupiscencias necesarias,
mientras tú vagas y te ríes
de William Shakespeare
y de los expedientes sumarísimos
de la nostalgia y el futuro,
porque Descartes se equivocó de método
y la razón, según tu risa,
es el perfume de la barbarie.
Fuente: Página web de Carlos Rivera
Carlos Rivera
DISCURSO DE ESPUMA
En su “laetitia al vivo”
sólo tu paladar celeste piensa
que el ser es como ser
el olor de una rosa
y el bocado de Hamlet las tinieblas
de tu dulzura.
Existes
porque ser ciertamente mortal
consiste en eso
y en huir de los días miserables
de los que retroceden a la muerte
con un puñado de amor o de monedas
y otras concupiscencias necesarias,
mientras tú vagas y te ríes
de William Shakespeare
y de los expedientes sumarísimos
de la nostalgia y el futuro,
porque Descartes se equivocó de método
y la razón, según tu risa,
es el perfume de la barbarie.
Fuente: Página web de Carlos Rivera
16/8/09
REGRESO
Punto y aparte. Algunos lo intentamos después de unos días de romper la rutina del año de la manera que sea. La cuestión es poder mirar lo cotidiano con ojos nuevos, desde una distancia que el trajín de la vida diaria nos impide. Mirar lo conocido y ver lo que ahora nos parece que sobra, que falta, y que en una medida sentimos que podemos cambiar. Sí, arremangarnos -por ejemplo- y liarnos a tirar lo que llevamos lustros guardando porque pensamos utilizar algún día que no llega. Ir vaciando así cajones para dar cabida a aquello que sí usamos y no sabemos dónde meter, o quizás a esa piez nueva que con tanta ilusión nos hemos comprado.
Empezar después de un cambio nos permite la posibilidad de imaginar, de proyectar, de soñar. Luego, poco a poco vamos regresando a una rutina que comienza de nuevo, que nos aborrega de algún modo y a la vez nos ubica en un mundo próximo, familiar, posible. Es el eterno conflicto humano: Tendemos a lo sublime y solo lo real nos permite vivir.
Buen comienzo!!
23/7/09
FRAGANCIAS Y SENSACIONES
Aquella noche de Julio a María de las Mercedes le llegaron fragancias de jazmines que rozaban su piel ardiente, como la sensación de ahogo que le subía pecho arriba, por la garganta hasta desembocar en la amargura del paladar. No tenía un solo motivo por el que sentirse desgraciada y sí unos cuantos para poder gozar una vida que a ratos sentía sin sentido. Puede que los jazmines le recordaran a un padre amado que no la amaba demasiado, quizás el calor insoportable le llevaba a la mente sensaciones de un frío que nunca había podido desterrar de sus huesos, el frío de una soledad que la acompañaba desde la cuna. Esa noche María de las Mercedes sentía dentro suyo todas las soledades juntas, todas las ausencias. No lloraba como otras veces, tal era la opresión interior y el entumecimiento de sus sensaciones. Hubiera querido hacerlo (llorar) por ella misma, por todos sus seres queridos, tan desgraciados como ella, por todo ser vivo que padeciera sufrimiento o dolor. No se le ocurrió otra cosa que levantarse de su lecho perfumado, encender el ordenador y ponerse a escribir. En otros momentos hubiera podido hacer el esbozo de un cuadro, pero esa noche la muchacha necesitaba de las palabras. De ellas no salieron ni quejas, ni ira, ni rencor. Sólo algo de nostalgia por un tiempo pasado que ella sabía peor. Sólo algo de miedo por un futuro que ella preveía el peor. Después de embastar unas cuantas y que sin ella saberlo la iban liberando de su opresión, deseó que llegara el nuevo día para ver qué le deparaba. Apagó el ordenador y se envolvió de nuevo entre aroma de jazmines que, sin motivo aparente, la fue introduciendo en un profundo descanso.
21/5/09
CABEZAS
Su cabeza era un pepino al nacer, después se fue redondeando y hasta se convirtió en una cabeza bonita enmarcada por un cabello que recordaba el oro. Lo que no sabía nadie de la familia es que el verdadero Ruben, con su cabeza de pepino, estaba camuflada bajo la redondez enmarcada de oro. Así engañó a todos hasta su adultez, aunque ya de niño Ruben había dejado entrever en algún momento el bulto que mantenía aplastado bajo el cuero cabelludo. Primero con llantos incomprensibles e insoportables para su madre, más tarde con salidas de tono para con su abuela. Con el padre ni hablaba y con el hermano se mataba si lo dejaban. Pero eran solo salidas de tono no muy habituales, con lo que nadie sospechaba que el pepino iba creciendo dentro de su cabeza. Apareció de repente ya de adulto, un día en que su nada apreciada tía le hizo el feo de no ir al festejo de su boda. No le sirvieron sus motivos, Ruben estaba tan indignado que el dorado de su cabello se vio invadido por el verde pepino y, lo curioso del caso es que nadie en la familia, exceptuando a la tía, lo vió. Bueno, yo diría que hicieron la vista gorda, pues a partir de aquel día, todos en la familia menos la tía, empezaron a lucir ellos también un sospechoso bulto verde que asomaba entre sus cabellos. Se miraban y no se veían nada extraño. Ahora Ruben mostraba sin tapujos su cabeza de pepino, con todo el esplendor de sus 40años. Al cabo de unos cuantos lucían todos unas hermosas cabezas alargadas y verdes, aunque la de Ruben nunca fue aventajada por la de nadie. Mientras, la tía tuvo que irse lejos, pues al mirarla todos decían: 'Qué rara eres, no pareces familia nuestra!
El día que se marchó no lloró nadie, pero le desearon suerte. Todos, menos Ruben, que no le perdonó nunca tener la cabeza de manzana.
18/5/09
BENEDETTI: UNA HISTORIA DE AMOR
Te tenía que llegar, como a todos, y la tuya no ha sido una trayectoria corta, afortunadamente para los que te seguimos. Pero mira tú que nos sigues haciendo falta. Y a tí te seguía haciendo falta comunicarte con nosotros, ya que ni en tus últimos días has dejado de escribir. Creo que tu vida ha sido una historia de amor, De amor por la vida, por la justicia, por las personas. Amor por el arte en todas sus manifestaciones, por la belleza en suma, pero no un arte vacío de contenido y ése es el punto en el que tus palabras no solo nos han impactado estéticamente, sino profundamente. Te decía que nos sigues haciendo falta, porque no quedan muchos referentes para los que buscamos sendas entre palabras y actos que no dicen nada. O que encumbran el egoísmo y la hipocresía como valores actuales. Pero mira por dónde tenemos memoria. Con ella no solo te recordaremos a tí y a los que como tú hacen de este mundo algo mejor, sino que te tendremos presente, como formando parte nuestra.
Fuera, hoy nos hemos quedado un poco más solos.
Fuera, hoy nos hemos quedado un poco más solos.
9/5/09
George de La Tour, en su penumbra
George de La Tour, en su penumbra: "...Otros pintores representan a la Magdalena azotándose, juegan con el contraste entre la belleza de su carne joven y las telas de saco o las pieles ásperas que la cubren a medias, en grutas o parajes convenientemente desérticos. George de La Tour reduce al mínimo el vocabulario obligatorio de la representación para concentrarse en la plenitud de la presencia, en una contemplación ensimismada que es la de esa mujer en la habitación en la que sólo arde una llama ..."
29/4/09
BENEDETTI
Abro una página con enlaces a Mario Benedetti, no quiero dejar de hacerlo cuando él está enfermo de gravedad. Es mi poeta, no el único pero sí el que más ha tocado mi fibra sensible, mi fibra social, mi fibra humana. Su sencillez le define. No se si le ha llegado la hora, tiene derecho a que le dejemos ir, pero muchos vamos a llorarle cuando llegue ese momento. Mientras, nuestro espíritu está con él, como el suyo ha enriquecido el nuestro.
¡¡Gracias, maestro!!
- Benedetti mejora dentro de su grave estado de salud
- Un sentimental en la oficina
¡¡Gracias, maestro!!
- Benedetti mejora dentro de su grave estado de salud
- Un sentimental en la oficina
23/4/09
EL SANT JORDI CATALÁN
Si hay alguna fiesta con "caliu" en Catalunya es precisamente Sant Jordi. El de este año ha llegado con la luminosidad y los colores propios de l'arc de Sant Martí, después de días de lluvia, granizo, nieve, viento, frío.
Hoy las calles están repletas de gente, de libros, de rosas, en Catalunya. Nos regalamos, creo que más allá de seguir el impulso de la tradición, la moda o el consumismo: nos regalamos cultura, belleza, nos regalamos ese saludo con vecinos y conocidos, mientras ojeamos las novedades editoriales, aquel libro que oímos por la radio o que alguien nos aconsejó.
¿Qué color de rosa compro? Ganan siempre las rojas, aunque hay quien se sale de lo típico y se compra un rosal, como yo. Cortaré una rosa rosa y se la llevaré a mi tío, que está muy malito. ¿Se acordarán de mí? Por si acaso, también tengo ya mi libro: "El mundo" de Juan José Millás.
Feliz Sant Jordi
Hoy las calles están repletas de gente, de libros, de rosas, en Catalunya. Nos regalamos, creo que más allá de seguir el impulso de la tradición, la moda o el consumismo: nos regalamos cultura, belleza, nos regalamos ese saludo con vecinos y conocidos, mientras ojeamos las novedades editoriales, aquel libro que oímos por la radio o que alguien nos aconsejó.
¿Qué color de rosa compro? Ganan siempre las rojas, aunque hay quien se sale de lo típico y se compra un rosal, como yo. Cortaré una rosa rosa y se la llevaré a mi tío, que está muy malito. ¿Se acordarán de mí? Por si acaso, también tengo ya mi libro: "El mundo" de Juan José Millás.
Feliz Sant Jordi
19/3/09
8/3/09
1/3/09
22/2/09
21/2/09
NUNCA MÁS
Un día cualquiera, con el frío chocando contra los cristales. Suena el teléfono, rompiendo los confusos sueños de María. -Diga -Ah, sí, vale, dentro de una hora. Pero no quiere salir del tibio refugio y de la confusión de sus imágenes. No recuerda nada, pero estaba metida de lleno en lo que fuera. Permanece 20 minutos más entre la calidez de las sábanas de franela y pone al fin los pies en las zapatillas, se lava apenas la cara y se unta, presurosa, las cremas que la han de conservar presentable hasta los 80.
El antenista llega puntual, acompañado de un joven sudamericano, que le lleva la caja de herramientas. -Es por aquí, pasen. El antenista y su ayudante suben al terrado y tras echar unos vistazos a la maltrecha antena, sentencia: -serán 400 euros más iva. Si quiere, podemos hacerlo ahora. -Sí, está bien. Es por el vendabal, la rompió y también el cristal, ¿lo ve?. El seguro me pide la factura.
Mientras los operarios suben y bajan, taladran y montan, María va arreglando su casa, preparándola para cuando sus hijos lleguen a comer, como casi todos los Sábados. Pero tiene el tanque del wc que pierde y va a comprar el mecanismo que le ha dicho su hijo. -Tiene que traer el viejo, señora- le dice el ferretero. -¿Y como lo saco? -Pues como todo, señora, desenroscando. María no lo ve sencillo, pero lo intenta, y en ello se le rompe algo de lo cual desconoce el nombre, lo único no estropeado del mecanismo viejo. Llama a su hijo y se lo explica. -Será la boya. Mientras, el antenista finaliza su trabajo, le presenta la factura: -mire, he puesto que el motivo es el vendabal, es lo que quieren las aseguradoras. -Ah, muy bien. María comprueba que fuencionan todos los canales de televisión y queda con la factura pendiente de enviar a la aseguradora del piso. -A ver si me lo pagan, piensa. -A ver si viene mi hijo con el mecanismo del water antes que cierren las tiendas, si no me quedaré todo el fin de semana sin poder usarlo.
-Aquí está el mecanismo, mamá. Ernesto mira el roto y ve que no era la boya, sino otra pieza la que se ha cargado su madre. -Tendrás que ir a comprarla. Además, no tienes ni herramientas. -Claro, os las lleváis vosotros.¿No puedes ir tú? Estoy sin cambiar y tengo poco tiempo para hacer la comida. -No, yo he comprado el mecanismo, he venido y ahora vas tú a comprar esa pieza. -Pero si tú puedes ir en un momento! -No, vas tú.
María va a cambiarse de ropa acongojada. De pronto se mira en la luna del armario y ve a la misma María que, de pequeña, tenía que arrodillarse para pedir perdón a su madre. A la misma que soportó las injurias de su familia política sin que su esposo moviera por ella ni un pelo del bigote. Estaba viendo a la María que se emborrachaba con canciones de amor para compensar tanto desamor de su pareja.
María volvió a ponerse el chandal casero, salió de su refugio y dijo a su hijo:-Mira, no hace falta que esperes que te traiga la pieza, ya llamaré al fontanero. -Ah, ¿no quieres que te lo arregle? -No. Ernesto cogió la puerta y se fue.
María se pasó el fin de semana echando cubos de agua al water y, mientras miraba el agua correr, pensó que por allí se marchaba aquella María del espejo. -Yo no merzco que me traten así. Nunca más consentiré que nadie me trate así.
El antenista llega puntual, acompañado de un joven sudamericano, que le lleva la caja de herramientas. -Es por aquí, pasen. El antenista y su ayudante suben al terrado y tras echar unos vistazos a la maltrecha antena, sentencia: -serán 400 euros más iva. Si quiere, podemos hacerlo ahora. -Sí, está bien. Es por el vendabal, la rompió y también el cristal, ¿lo ve?. El seguro me pide la factura.
Mientras los operarios suben y bajan, taladran y montan, María va arreglando su casa, preparándola para cuando sus hijos lleguen a comer, como casi todos los Sábados. Pero tiene el tanque del wc que pierde y va a comprar el mecanismo que le ha dicho su hijo. -Tiene que traer el viejo, señora- le dice el ferretero. -¿Y como lo saco? -Pues como todo, señora, desenroscando. María no lo ve sencillo, pero lo intenta, y en ello se le rompe algo de lo cual desconoce el nombre, lo único no estropeado del mecanismo viejo. Llama a su hijo y se lo explica. -Será la boya. Mientras, el antenista finaliza su trabajo, le presenta la factura: -mire, he puesto que el motivo es el vendabal, es lo que quieren las aseguradoras. -Ah, muy bien. María comprueba que fuencionan todos los canales de televisión y queda con la factura pendiente de enviar a la aseguradora del piso. -A ver si me lo pagan, piensa. -A ver si viene mi hijo con el mecanismo del water antes que cierren las tiendas, si no me quedaré todo el fin de semana sin poder usarlo.
-Aquí está el mecanismo, mamá. Ernesto mira el roto y ve que no era la boya, sino otra pieza la que se ha cargado su madre. -Tendrás que ir a comprarla. Además, no tienes ni herramientas. -Claro, os las lleváis vosotros.¿No puedes ir tú? Estoy sin cambiar y tengo poco tiempo para hacer la comida. -No, yo he comprado el mecanismo, he venido y ahora vas tú a comprar esa pieza. -Pero si tú puedes ir en un momento! -No, vas tú.
María va a cambiarse de ropa acongojada. De pronto se mira en la luna del armario y ve a la misma María que, de pequeña, tenía que arrodillarse para pedir perdón a su madre. A la misma que soportó las injurias de su familia política sin que su esposo moviera por ella ni un pelo del bigote. Estaba viendo a la María que se emborrachaba con canciones de amor para compensar tanto desamor de su pareja.
María volvió a ponerse el chandal casero, salió de su refugio y dijo a su hijo:-Mira, no hace falta que esperes que te traiga la pieza, ya llamaré al fontanero. -Ah, ¿no quieres que te lo arregle? -No. Ernesto cogió la puerta y se fue.
María se pasó el fin de semana echando cubos de agua al water y, mientras miraba el agua correr, pensó que por allí se marchaba aquella María del espejo. -Yo no merzco que me traten así. Nunca más consentiré que nadie me trate así.
12/2/09
JULIO CORTÁZAR
La plenitud intermitente de 'Rayuela'
La novela que marcó a varias generaciones de lectores sigue viva 25 años después de la muerte de su autor, Julio Cortázar, y más de 40 después de haber sacudido la literatura escrita en castellano... (Por Juan Cruz en El País)
La novela que marcó a varias generaciones de lectores sigue viva 25 años después de la muerte de su autor, Julio Cortázar, y más de 40 después de haber sacudido la literatura escrita en castellano... (Por Juan Cruz en El País)
10/2/09
6/2/09
EL TÍO
Era menudo, sociable a su manera, había surgido de una pareja de conveniencia, después de varios hermanos muertos, en la vejez del padre, en tiempos de hambre. Su entorno le había sido hostil y creo que en algún momento de su adolescencia juró -como en la película "Lo que el viento se llevó"- que no volvería a pasar hambre.
Después de sus ocho horas o diez horas de trabajo en una fábrica textil, fue adquiriendo destreza en la venta de productos del hogar, desde una mantelería a una lavadora, ófreciéndolos a plazos a las gentes de su barrio. Poco a poco fue juntando un dinero que para él constituía la base de su vida, algo así como una cuna, algo también como una casa, quizás ese dinero era para él como el padre que nunca pudo darle la seguridad que él había necesitado.
Se fue comprando pisos y terrenos. Acumuló dinero que invertió en acciones, mientras transcurría su vida, una vida sin ninguna clase de lujos ni caprichos. Era espléndido con quien le interesaba ser y también en algunos momentos con aquellas personas de su familia por quienes sentía más cariño. Pero sus sentimientos estaban guardados herméticamente y raras veces los demostraba. Cuando quería hacerlo, casi siempre aparecían transformados en dinero.
Costaba mucho quererle, y quien lo intentaba casi siempre acababa llorando.
Un día, ya viejo y enfermo, quiso repartir parte de lo que tan afanosamente guardaba en un rincón de su casa. Llamó a sus sobrinas (era soltero) y les dijo que se repartieran lo que allí tenía, pero con una condición: que lo dejaran ser como era él: desconfiado, cotilla, absorvente. Las hermanas se miraron asustadas. La hermana mayor dijo que ella le cuidaría, pero que el dinero sería para ella, pues ella tendría las molestias. La hermana pequeña estuvo de acuerdo, pero pensó que valía la pena intentar que su tío recobrara la ternura, si es que la había sentido alguna vez. El tío dijo que nada de darle el dinero a la mayor, que la pequeña cogiera la mitad. La mayor se enfureció. Dijo que no era justo, que ella tenía las molestias. La pequeña temió que allí acabara la relación de los tres e intentó mediar. El tío cedió un poco, pero siguió su discurso. La hermana mayor lloró de rabia y de sentimiento, porque su tío no le reconocía su esfuerzo. La hermana pequeña lloró una vez más ante las miserias de las personas que más quería. Ella había querido siempre una familia distinta, pero su tío sería así hasta la tumba. Como su hermana. Como ella misma.
Después de sus ocho horas o diez horas de trabajo en una fábrica textil, fue adquiriendo destreza en la venta de productos del hogar, desde una mantelería a una lavadora, ófreciéndolos a plazos a las gentes de su barrio. Poco a poco fue juntando un dinero que para él constituía la base de su vida, algo así como una cuna, algo también como una casa, quizás ese dinero era para él como el padre que nunca pudo darle la seguridad que él había necesitado.
Se fue comprando pisos y terrenos. Acumuló dinero que invertió en acciones, mientras transcurría su vida, una vida sin ninguna clase de lujos ni caprichos. Era espléndido con quien le interesaba ser y también en algunos momentos con aquellas personas de su familia por quienes sentía más cariño. Pero sus sentimientos estaban guardados herméticamente y raras veces los demostraba. Cuando quería hacerlo, casi siempre aparecían transformados en dinero.
Costaba mucho quererle, y quien lo intentaba casi siempre acababa llorando.
Un día, ya viejo y enfermo, quiso repartir parte de lo que tan afanosamente guardaba en un rincón de su casa. Llamó a sus sobrinas (era soltero) y les dijo que se repartieran lo que allí tenía, pero con una condición: que lo dejaran ser como era él: desconfiado, cotilla, absorvente. Las hermanas se miraron asustadas. La hermana mayor dijo que ella le cuidaría, pero que el dinero sería para ella, pues ella tendría las molestias. La hermana pequeña estuvo de acuerdo, pero pensó que valía la pena intentar que su tío recobrara la ternura, si es que la había sentido alguna vez. El tío dijo que nada de darle el dinero a la mayor, que la pequeña cogiera la mitad. La mayor se enfureció. Dijo que no era justo, que ella tenía las molestias. La pequeña temió que allí acabara la relación de los tres e intentó mediar. El tío cedió un poco, pero siguió su discurso. La hermana mayor lloró de rabia y de sentimiento, porque su tío no le reconocía su esfuerzo. La hermana pequeña lloró una vez más ante las miserias de las personas que más quería. Ella había querido siempre una familia distinta, pero su tío sería así hasta la tumba. Como su hermana. Como ella misma.
24/1/09
23/1/09
7/1/09
4/1/09
3/1/09
MI CARTA A LOS REYES MAGOS DE ORIENTE
Queridos Reyes Magos:
Hace muchos, muchos años que no os escribo, y menos desde un lugar público como éste. Antes, cuando os escribía lo hacía a escondidas, en secreto. Metía mi carta de deseos en un sobre en el que ponía vuestra dirección (Señores Reyes Magos - Oriente) y la metía en un buzón de correos, con la esperanza de que ese año iba a tener la cocinita con ollas y sartenes, tan deseada y nunca conseguida.
Este año he recordado mis cartas, quizás porque en los medios de comunicación se están repitiendo los deseos manifestados por personas que, como yo, quizás tenían esos trozos de su historia olvidadas. Y es que este año parece que viene diferente. Es un año que entra amenazante y andamos acojonados con tánta crisis real y anunciada. Pero, ¿por qué será que nos acordemos de vosotros? ¿Será porque tememos que con la que está cayendo en Oriente os encontréis también vosotros bajo las ruínas de algún edificio? ¿Será que si os conjuramos tenemos la sensación de salvaros la vida y con ellas a nuestros propios deseos?
Sea por lo que sea, este año me apetece escribiros de nuevo, reyes míos. Mi preferido era el blanco, No por nada, pues nunca he vivido el racismo en mi entorno, sino porque me seducía tu preciosa barba blanca, Melchor. Cosas de niñas. Bien ahí van mis deseos:
- Para mi perrito que se cure
- Para mis hijos quiero que sigan sanos y sean un poco más felices
- Para mi querido tío, que no sufra en sus últimos días.
- Para mí, vivir la realidad con filosofía y buen humor
- Para los gobernantes, mucha más cordura
- Para los ciudadanos, líbre albedrío para decidir
- Para el mundo, mucha justicia
- Para los niños, para todos los niños, presente y futuro
Y PAZ, Y COMIDA, Y JUGUETES, Y.......
¡Ah! y para vosotros que Israel y Palestina se pongan a dialogar de verdad y se acaben para siempre las matanzas.
Espero no haber abusado demasiado de vosotros, pero tened en cuenta que llevo 50 años sin escribiros y que os habéis ahorrado todo lo de estos años.
Gracias de antemano y un abrazo para cada uno. Para Melchor también un besito.
Hoy solo firmaré Dona
Hace muchos, muchos años que no os escribo, y menos desde un lugar público como éste. Antes, cuando os escribía lo hacía a escondidas, en secreto. Metía mi carta de deseos en un sobre en el que ponía vuestra dirección (Señores Reyes Magos - Oriente) y la metía en un buzón de correos, con la esperanza de que ese año iba a tener la cocinita con ollas y sartenes, tan deseada y nunca conseguida.
Este año he recordado mis cartas, quizás porque en los medios de comunicación se están repitiendo los deseos manifestados por personas que, como yo, quizás tenían esos trozos de su historia olvidadas. Y es que este año parece que viene diferente. Es un año que entra amenazante y andamos acojonados con tánta crisis real y anunciada. Pero, ¿por qué será que nos acordemos de vosotros? ¿Será porque tememos que con la que está cayendo en Oriente os encontréis también vosotros bajo las ruínas de algún edificio? ¿Será que si os conjuramos tenemos la sensación de salvaros la vida y con ellas a nuestros propios deseos?
Sea por lo que sea, este año me apetece escribiros de nuevo, reyes míos. Mi preferido era el blanco, No por nada, pues nunca he vivido el racismo en mi entorno, sino porque me seducía tu preciosa barba blanca, Melchor. Cosas de niñas. Bien ahí van mis deseos:
- Para mi perrito que se cure
- Para mis hijos quiero que sigan sanos y sean un poco más felices
- Para mi querido tío, que no sufra en sus últimos días.
- Para mí, vivir la realidad con filosofía y buen humor
- Para los gobernantes, mucha más cordura
- Para los ciudadanos, líbre albedrío para decidir
- Para el mundo, mucha justicia
- Para los niños, para todos los niños, presente y futuro
Y PAZ, Y COMIDA, Y JUGUETES, Y.......
¡Ah! y para vosotros que Israel y Palestina se pongan a dialogar de verdad y se acaben para siempre las matanzas.
Espero no haber abusado demasiado de vosotros, pero tened en cuenta que llevo 50 años sin escribiros y que os habéis ahorrado todo lo de estos años.
Gracias de antemano y un abrazo para cada uno. Para Melchor también un besito.
Hoy solo firmaré Dona
pero vosotros ya me conocéis.
2/1/09
GOYA
Goya
De la página de Carlos Rivera Columnas de humo
CARLOS Rivera
Los días azules, acristalados y fríos de enero yo solía pasear, cuando era joven, por los desiertos campos de Mellaria y sentía, como no siento ahora, esa sensación de renacimiento que otorga al vivir la sabiduría de la ilusión, título, por cierto, de un libro de Rafael Argullol que he releído en las pasadas fechas navideñas. Especialmente me detuve, como cuando lo leí la primera vez, en la opinión de Argullol sobre las pinturas negras de Goya que a mí, en otro tiempo, tanto me impactaron. Este año se cumplen, precisamente, los doscientos de aquella nuestra guerra de la independencia frente a Napoleón que Goya inmortalizó en alguno de sus cuadros, como Los fusilamientos de la Moncloa.
Goya en su infierno es el título del breve ensayo de Argullol en el libro que cito, La sabiduría de la ilusión . Entre los muy numerosos fantasmas y obsesiones de mi cerebro Goya ocupa un lugar especial, junto al Bosco, El Greco, Van Gogh y Louis Amstrong , la música clásica y los deleites del bel canto a los que suelo acudir cuando necesito que el poema que estoy escribiendo se digiera melódicamente en mi angustia existencial. De todas esas especies de obsesiones es Goya el que me atraviesa, me invade, se me aparece en sueños con sus esperpentos y sus pinturas negras que describen lo más selecto de las filias y fobias del ser de España. Mi Goya predilecto coincide con el diagnóstico de Malraux : él es el mejor exponente de la angustia de Occidente. Sin duda. Goya es la violencia en el arte en el mismo sentido que di a un viejo poema mío que llevaba una cita ("la destrucción es la cima") de un poeta francés, Yves Bonnefoix . Digo en ese poema que "es preciso destruir y destruir/hasta que todo sea el délfico recodo/del camino que siempre inicia el día". Obviamente, no lo escribo en ese sentido de violencia literal sino en ese otro sentido que siempre buscamos los poetas y los artistas, el perfeccionismo. No estamos nunca satisfechos ni con la palabra ni con el arte que nos han precedido. Cada nueva generación de artistas y poetas comparte la utopía de ser portadores de un génesis y aunque todos seamos herederos de una tradición artística y literaria a la que no renunciamos, nuestra utópica pretensión es alcanzar ese délfico recodo del camino de la obra nueva, única, aun a sabiendas de que nada hay nuevo bajo el sol.
Volviendo a Goya, uno de los más queridos fantasmas de mi cerebro, es no solo la violencia en el arte sino el gran exorcista de la España de su tiempo. Como plásticas greguerías al estilo Gómez de la Serna , Goya resumió en sus esperpentos, en sus bocetos trágicos y cómicos, en sus pinturas negras, la idiosincrasia de un país del que tuvo que exiliarse y no solo por motivos políticos. En su larga y negra historia este país al que tanto amamos y donde hemos nacido ha sido causa de tantos exilios interiores como exteriores. Salir fuera de España para respirar el aire fresco de la libertad. Toda una generación tuvo que tomar las de Villadiego cuando acabó la última y esperamos que definitiva de nuestras guerras civiles.
Solo que a veces no las tenemos todas con nosotros cuando contemplamos esas manifestaciones de obispos, curas y monjas gritando como posesos, como si la calle fuera un púlpito, contra unos supuestos ataques a la que ellos llaman familia cristiana, sin caer en la cuenta de que un Estado no confesional no puede legislar para la fe sino para todos los ciudadanos libres que, aunque no vayamos a misa, vivimos en familias que si corren algún peligro es el que proviene del oscurantismo político y religioso de otras épocas como la de Goya.
De la página de Carlos Rivera Columnas de humo
CARLOS Rivera
Los días azules, acristalados y fríos de enero yo solía pasear, cuando era joven, por los desiertos campos de Mellaria y sentía, como no siento ahora, esa sensación de renacimiento que otorga al vivir la sabiduría de la ilusión, título, por cierto, de un libro de Rafael Argullol que he releído en las pasadas fechas navideñas. Especialmente me detuve, como cuando lo leí la primera vez, en la opinión de Argullol sobre las pinturas negras de Goya que a mí, en otro tiempo, tanto me impactaron. Este año se cumplen, precisamente, los doscientos de aquella nuestra guerra de la independencia frente a Napoleón que Goya inmortalizó en alguno de sus cuadros, como Los fusilamientos de la Moncloa.
Goya en su infierno es el título del breve ensayo de Argullol en el libro que cito, La sabiduría de la ilusión . Entre los muy numerosos fantasmas y obsesiones de mi cerebro Goya ocupa un lugar especial, junto al Bosco, El Greco, Van Gogh y Louis Amstrong , la música clásica y los deleites del bel canto a los que suelo acudir cuando necesito que el poema que estoy escribiendo se digiera melódicamente en mi angustia existencial. De todas esas especies de obsesiones es Goya el que me atraviesa, me invade, se me aparece en sueños con sus esperpentos y sus pinturas negras que describen lo más selecto de las filias y fobias del ser de España. Mi Goya predilecto coincide con el diagnóstico de Malraux : él es el mejor exponente de la angustia de Occidente. Sin duda. Goya es la violencia en el arte en el mismo sentido que di a un viejo poema mío que llevaba una cita ("la destrucción es la cima") de un poeta francés, Yves Bonnefoix . Digo en ese poema que "es preciso destruir y destruir/hasta que todo sea el délfico recodo/del camino que siempre inicia el día". Obviamente, no lo escribo en ese sentido de violencia literal sino en ese otro sentido que siempre buscamos los poetas y los artistas, el perfeccionismo. No estamos nunca satisfechos ni con la palabra ni con el arte que nos han precedido. Cada nueva generación de artistas y poetas comparte la utopía de ser portadores de un génesis y aunque todos seamos herederos de una tradición artística y literaria a la que no renunciamos, nuestra utópica pretensión es alcanzar ese délfico recodo del camino de la obra nueva, única, aun a sabiendas de que nada hay nuevo bajo el sol.
Volviendo a Goya, uno de los más queridos fantasmas de mi cerebro, es no solo la violencia en el arte sino el gran exorcista de la España de su tiempo. Como plásticas greguerías al estilo Gómez de la Serna , Goya resumió en sus esperpentos, en sus bocetos trágicos y cómicos, en sus pinturas negras, la idiosincrasia de un país del que tuvo que exiliarse y no solo por motivos políticos. En su larga y negra historia este país al que tanto amamos y donde hemos nacido ha sido causa de tantos exilios interiores como exteriores. Salir fuera de España para respirar el aire fresco de la libertad. Toda una generación tuvo que tomar las de Villadiego cuando acabó la última y esperamos que definitiva de nuestras guerras civiles.
Solo que a veces no las tenemos todas con nosotros cuando contemplamos esas manifestaciones de obispos, curas y monjas gritando como posesos, como si la calle fuera un púlpito, contra unos supuestos ataques a la que ellos llaman familia cristiana, sin caer en la cuenta de que un Estado no confesional no puede legislar para la fe sino para todos los ciudadanos libres que, aunque no vayamos a misa, vivimos en familias que si corren algún peligro es el que proviene del oscurantismo político y religioso de otras épocas como la de Goya.
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